Un hombre vacío
Por Viridiana Nárud
Sobre la mesa del comedor tu foto y
tu libro. Nada aquí me pertenece. Antes de cerrar la puerta, me digo que jamás
volveré a pronunciar tu nombre. Haz borrado toda huella de tu existencia en mi
vida. ¿Las memorias? ¿Recuerdas cuando nos fuimos a ese pueblo horrible en
donde naciste? Manejabas tu Mustang rojo. Me dijiste muchas cosas. Sé que nunca
te lo dije, en uno de esos periodos de ausencia, que es lo único que te ha
acompañado, estuve internada en un hospital. Él o ella, tendría treinta y cuatro
años aproximadamente.
Nuestra historia podría ser lo que la
gente llama de película. Tuvieron que
pasar veinte años para volver a estar juntos. ¿Te das cuenta de qué tan
extraordinario fue nuestro reencuentro? Unos jóvenes que se conocen en el
trabajo, se enamoran, se separan y en su vida adulta se reencuentran. Pero la
realidad no plantea finales felices. Es más, no plantea ningún tipo final, es
una obra inconclusa que llena de vacío la existencia.
Dejo tu foto y tu libro. En los
agradecimientos apenas si me nombras. Recuerdo que dijiste haberme dedicado ese
libro, pero yo leí una página entera de agradecimientos. Siempre tan a medias.
No soy de las personas que acostumbran a hablar, regularmente mi cuerpo colapsa
y enfermo internamente.
A mis cuarenta años me dijiste que te
causaría emoción tener un hijo mío. Perdí mis mejores años contigo. Incluso en
tu ausencia me encontraba a tu lado. ¿Qué son dos personas que se aman a la
distancia? ¿Recuerdas el último mensaje previo a esta cadena de sucesos
desafortunados? Yo, sí.
Lo que detesto de este encuentro es
la posibilidad de una realidad mejor. En donde el miedo queda nulificado y
vienes a mí a pedirme perdón por todo el daño. El abandono debería ser juzgado.
Tú que te decías un hombre de palabra y leyes, ¿cómo lo castigarías?
Te dejo una foto y un libro que me
acompañaron treinta años, la mitad de mi vida. Espero los recuerdos lleguen en
la noche y te lastimen, que esa sea tu mayor condena.
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