El inútil


Por Viridiana Nárud


Tengo treinta y seis años, vivo con mis padres y lo que muchos llaman una vida de parásito. Resulto poco atractivo para las mujeres porque cada vez que las invito a casa tienen que cruzar la sala en donde mi padre, un jubilado, ve la tele; la cocina, donde mi madre cocina día, tarde y noche. Después, las cojo de manera impresionante. Salen apenadas de la habitación por los ruidos que hicieron. Yo me detengo con una sonrisa en el marco de la puerta y las miro partir entre avergonzadas y plenas.

Mi ex esposa me pidió el divorcio al darse cuenta que no buscaría un trabajo mejor. Hablas tantos idiomas que podrías dar clases en alguna universidad. Le desesperaba que no tuviera intenciones de progreso. La verdad es que aprendí idiomas porque me resulta lo más sencillo y de esta manera mi madre me dejaba de molestar y vivir tranquilo en la casa.

En el trabajo es bien sabido que no me interesa hacer amistad con nadie y mis compañeros más jóvenes que yo, me miran por debajo del hombro creyendo que este empleo es sólo temporal porque en su vida un destino mejor los espera. He visto pasar por esas oficinas a tanto soñador y el brillo de su rostro opacarse a los pocos meses al ver que no existe oportunidad de superación. Yo prefiero ponerme mis audífonos, escuchar música y esperar mi quincena.

Hace apenas unas semanas recibí una llamada de mi ex mujer pidiéndome que regresara. Te extraño. Es lo único que pude entender. Lloraba desesperada. Pero a mí me gusta mi vida así. El dinero me rinde más y mis padres no soportarían que ella regresara a casa. Yo tampoco. Me gusta mi recámara y no tener que compartir la cama con nadie. En la oficina se han esparcido rumores respecto a mí. La jefa del departamento quiere ser mi amiga y continuamente me invita a sus fiestas. Yo las rechazo siempre. En su desesperación me dijo que quería cambiarme de puesto, uno mejor. Demasiada responsabilidad. Así que decliné la oferta.

Como todas las mañanas me dirijo al trabajo, me siento en mi escritorio, me pongo los audífonos y hago mi trabajo. La gente tiene grandes expectativas de mí. Yo no. Sólo quiero jubilarme y ver el televisor como mi padre todas las noches. Por casa, no me preocupo. Soy hijo único y el testamento está a mi nombre. Soy un gran partido en potencia, solía decirme mi mujer. Pero a mí esa posibilidad de la potencia no me gusta. 





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