Un ejercicio surrealista
Por Viridiana Nárud
Haciendo
honor al azar que el surrealismo despierta y de su influencia obvia en mi vida,
comienzo un ejercicio practicado por los surrealistas. Consistía en decidir
entre el bien y el mal, lo justo y lo injusto. Como en la actualidad se dibujan
infinitos términos que abren la brecha entre estos términos y el lenguaje ha
perdido la capacidad de afrontar esta problemática, tomo este ejercicio
como una sublevación ante una sociedad que ha olvidado el escándalo y el valor
de la vida humana.
He adorado la escritura. Confieso que esta
adoración me ha alejado del mundo real haciendo que pise tierra pocas veces. El
descubrimiento de este oficio se lo debo a mi hermana quien siempre ha sabido ver
en mí lo que he negado en mi naturaleza. Este oficio me ha llevado a los
extravíos existenciales más fuertes que jamás imaginé. De hecho, en este
preciso momento mientras escribo que de niña nunca tuve un destino claro qué
imaginar.
Tenía la
capacidad de imaginarme como una madre devota de sus hijos; como una mafiosa
tratando de seguir los pasos Al Capone; siendo monja o filósofa. La sola idea
de actuar, dirigir o escribir me causaba aberración.
He adorado los cuerpos de mis parejas. No de todas.
Creo que esa complicidad siempre se debe a la espiritualidad que ambos puedan
compartir y en una sociedad en donde espíritu y el alma mueren, se vuelve más
difícil ese tipo de complicidades.
He adorado leer a Paul Auster. En él he
encontrado una especie de conexión. Me ha hecho sonrojarme y sentir vergüenza de
que la gente a mi alrededor pueda enterarse lo que estoy leyendo mientras la
gente camina a mi alrededor. Leerlo me ha hecho comprender que el mundo interno
del lector se crea en complicidad con el escritor mientras el mundo se destruye
o se es indiferente.
He adorado ser fiel a mis ideales, aunque esta
lucha me ha hecho ganar fama de una mujer férrea y el odio de algunas personas.
Esta fidelidad a mis ideales me ha hecho decir no ha productores que han
querido abusar de mi trabajo y no querer pagarme, porque creen, los muy
pretensiosos, que la producción de una obra es el pago justo para un escrito.
Detesto a los snops que creen que por el
siempre hecho de existir uno debe rendirles pleitesía. Detesto que el arte se
haya llenado de estos personajes y despojando al mundo del arte del su
espíritu y hacer de él sólo una imagen.
Detesto la
violencia en el mundo, pero odio más la violencia que una persona puede ejercer
sobre otra por saberse amado.
Detesto que
la grandes palabras estén muriendo y que ya no sepamos definir nuestros -sentimientos.
Pareciera que el Amor ya no es un sentimiento y sí una tarjeta barata que se entrega
cada 14 de febrero.
Detesto la idea de tener que creer que la
Justicia no existe y que no habrá jamás un persona capaz de acabar con las
injusticias.
Detesto enamorarme
y tener que guardar silencio porque la expresión de estos sentimientos siempre
es de mal gusto y puede ser tomado como un derroche de exhibicionismo.
Detesto a los cínicos que no saben trabajar y sólo hablar.
Detesto a los cínicos que no saben trabajar y sólo hablar.
Adoro el
cine, el teatro, las artes visuales y que en esta época sea casi imposible
definir un arte como puro.
Adoro a
mi sobrina.
Adoro la
palabra sacrificio y que esta nos muestre que el amor siempre exige del
abandono de uno mismo para amar algo aún más grande.
Adoro la
muerte.
Adoro la
vida.
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