Entre dietas, hombres y dominios


Por Viridiana Nárud

Cada día me siento menos atraída por los hombres y las dietas. Existe un juego de dominación que no comprendo. Con las dietas, uno debe de dominar el hambre;  con los hombres, su manera de ser. Dicen que se debe mantener el misterio. Pero yo me niego a eso. Digamos que nunca se me ha dado eso de ser una mujer difícil o misteriosa. Quizá porque no encuentro sentido en la dificultad de las cosas. Para mí, lo extraordinario, sucede cuando todo coincide y embona de manera sencilla. ¿Qué no es extraordinario conocer a una persona que hable, lea, vea e incluso vaya a los mismos lugares que tú?

Cuando conozco a alguien siento que el otro espera de mí algo que no existe. Nunca soy lo suficientemente inteligente o tonta; tampoco soy demasiado intensa ni amorosa; a veces, resulta que soy demasiado dominante o indiferente. Aunque, si pienso en mi última relación y recuerdo que terminamos porque yo no supe leer su mente y adivinar los días y horas que quería que pasara con él, me doy cuenta que tampoco soy adivina.

No me gusta guardar silencio ante mis sentimientos. Si miro mi entorno creo que mucho de los males existen debido a que las personas tienen miedo de expresar lo que piensan y sienten. Una sombra nos domina. Creer que por decirlas o imaginarlas van a suceder es absurdo. El mundo de la imaginación puede albergar cualquier vorágine y mantenerla ahí, pero ahora se calla y ese monstruo toma un cuerpo tridimensional y domina nuestra realidad. Veamos a nuestros políticos y a las personas que tienen miedo de los extranjeros.

Tenemos miedo a la imaginación de nuestros sentimientos y hemos perdido la capacidad de sentir y crear a partir de ellos. Utilizamos prótesis tecnológicas que nos ayudan con nuestra invalides emocional. Las apps de ligue están de moda, pero es de mal gusto tocar, hablar por teléfono o desear ver y conocer a la persona que te gusta y que conociste en persona. Es cosa de Facebook, twitter o Instagram. Queremos dominar todo a nuestro alrededor, es este el motivo por el cual los sentimientos nos enloquecen en la soledad de la noche.

Escribo cartas sin destinatario porque no quiero que esto que siento sea dominado por la apariencia y superficialidad del “deber ser” que me exige la sociedad. Una máxima filosófica dice: llegar a ser quien eres y no quien quieres ser. Bien, quiero ser lo mejor de mí. Esa mujer que se comunica y habla aunque ya nadie esté dispuesta a escucharla. Otra orden dice: las naturalezas activas y exitosas no obran según la máxima “conócete a ti mismo”, sino como si tuvieran presente la orden: quiérete a ti mismo, así llegarás a ser tú mismo.  ¿Es eso posible?  



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