Un encuentro casi furtivo
Por Viridiana Nárud
Siempre he sido maniquea en mi forma de relacionarme. Las
cosas son o no son. Por este motivo no soporto los coqueteos ni las medias
tintas. No comprendo como dos personas pueden prolongar el deseo por tiempo
indefinido. Para mí, si una relación va a ser, debe terminar en la cama desde
un inicio. Quizá en esto radica mi fracaso.
Fue un domingo que comprendí todo. Llegó de sorpresa, yo me
encontraba meditando sobre la vida de los transeúntes que se atravesaban y me
imaginaba cómo sería su vida. Siempre, por un extraño motivo, imagino que la
vida de las otras personas es más feliz de lo que en realidad es. Probablemente
sea por mi carácter depresivo que me gusta encontrar felicidad en otros. Se
sentó a lado mío, tomó de mi bebida y manchó su bigote. Quise limpiarle con la
mano, pero preferí mantener la distancia. El contacto físico me provoca miedo. Me
preguntó por cosas triviales, como el clima o yo qué sé.
Mi silencio me rebeló cosas que sólo el alma puede entender y
que son imposibles de describir. En ese momento había terminado de escribir una
obra en donde hablaba de mi padre, de mis amores y nuestro fracaso. Curé con
palabras mi furia contra el amor al que siempre había sentido como un espasmo atroz.
¿Qué debía hacer sin toda esa furia? Por primera vez me sentí vulnerable.
Pero la vulnerabilidad, para quien no la ha experimentado puede
causar terror. Es saber que cualquiera puede herirte. Es más, que naciste
herido. Tal vez por este motivo experimenté desde épocas memorables el sentimiento amoroso como una aberración
antihumana. La herida de su flecha sobre un corazón metafísico me resultaba
simplemente aberrante. El dolor no tenía por qué ser real ni siquiera lo
deseaba, sin embargo, dolía.
Alguna vez un maestro debatía mi forma de calificar a este
sentimiento. Yo decía cualquier cosa respecto al amor a primera vista y su
efecto inmediato. Era o jamás sería. Él me miró fijamente y con su voz alcoholizada
dijo: Sí, el amor siempre es a primera vista. Pero a veces esa mirada nos sorprende
por primera vez aunque ya la hayamos visto antes. No lo comprendí hasta ese
domingo. Él se fue con su mancha en bigote y yo he pensado en él de forma
intermitente. Lo he vuelto a ver y continúo preguntándome qué hacer sin este
enojo.
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