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Por Viridiana Nárud

En trescientos sesenta y cinco días uno puede entrenar para medio maratón, fracasar en el intento; bajar de peso, subir de peso y volver a bajarlo; trabajar con distintas personas conocer a otras tantas; coger con otros tantos y besar muchos labios. Y si escribo esto es porque en trescientos sesenta y cinco días no he sabido nada de ti. No sé si estés vivo o muerto. ¿Adónde ir? ¿Dónde buscarte? ¿Con quién? Supongo que eso sucede cuando dos extraños se enamoran y desean continuar siendo eso: dos extraños.

¿No comienzas a creer que jamás existió? Me pregunta una amiga. Pero el alma crea registros. Te busca entre palabras. Pienso que si te escribo lo suficiente mis ansias de ti quedaran libres y no tendrán que pasar otros trescientos sesenta y cinco días. Escribo para tener una voz y que un día me escuches y me respondas de viva voz. Quiero que sepas que en esos trescientos sesenta y cinco días no siempre pienso en ti. Pero no hay olvido sin un recuerdo previo. Ahí te encuentro. 


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