El amor no es un dios antropocenico


Por Viridiana Nárud

Hemos sometido la Tierra a voluntad. Mutilado montañas. Dibujado fronteras y las hemos borrado. Nuestros actos han modificado la existencia del hombre sobre la Tierra y las de otras especies. Algunas, ahora extintas. A los dioses los hemos crucificado y reducido a un mero ejercicio de la razón o en su extremo, nos hemos convertido en fanáticos. Sin embargo, a pesar de comprender que dios significa una finalidad en la vida del hombre, no podemos dejar de creer. Y el problema no reside en que creamos, si no, en qué creemos. Creer en nada, resulta peligroso, porque en su negación existe una aceptación del todo. Es un vacío difícil de enunciar. Nos encontramos ante un mundo de tinieblas y debemos ser cuidadosos.

No es fortuito enojarnos tanto al ver que lo único que no hemos podido modificar y someter a voluntad son nuestros sentimientos. Que tienen lugar no sólo en plano de la realidad física sino también metafísica.  Creamos un lazo indivisible e invisible que no puede romperse por más que la razón lo ordene. Unidos a otro en el mundo de lo no visible. Semejante absurdo en una época en todo lo que se desea se puede tener. Al menos, eso se nos ha hecho creer.  Reducidos ante un sentimiento poco inocente, nos encontramos burlados sin control de nosotros mismos. El mundo que conocemos se ha desplomado.

Así me siento cuando hablo con mis amigos acerca de este sentimiento. A pesar de que en su común denominador somos solteros y racionales, nos encontramos extraviados ante flechazos que no podemos expresar de manera lógica y nos aislamos del mundo por pensar en el otro. El amor no es una cifra. Yo no soy parte de una estadística. El otro no es un número. Cuando dicen que en el mundo existimos millones de personas y que en terreno de lo amoroso si no es uno es otro, mienten. El otro es un universo en sí mismo. Un misterio imposible de repetir.

Es posible que queramos reducir al mundo en dogmas de ciencia o de fe para salvaguardar nuestros miedos y sentirnos seguros ante la incertidumbre de nuestro destino y la hostilidad de la existencia. Tratar de navegar a puerto seguro. Pero toda vida y su consciencia es producto del movimiento nacido de la tensión entre dos fuerzas polares: el amor y la disputa, al menos, eso creía Empédocles. Tratar de mantener inmaculada nuestra psique y alejarnos de la duda y el odio que puede despertar el otro, para mantenernos en un falso equilibrio, es renunciar a la vida. El miedo es la constante.

Dejémonos extraviar por el vacío.





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