El café amargo siempre tiene notas dulces.
Por Viridiana Nárud
Me tomó un largo tiempo poder entender que el curso de mis decisiones forjaban la idea de lo que llamamos Destino. Esa mañana, como hacía muchas mañanas, coloqué el grano de café sobre mi pequeña máquina de espresso, la encendí y comencé a ver cómo el liquido oscuro caía sobre la taza, el aroma inundaba la casa y eso me hacía sentir en un hogar. Desprovisto de uno desde pequeña, a una edad adulta comencé a trabajar en cómo se sería mi propio hogar. Llené mi casa de libros, de muebles antiguos, de historias mías y procuré que fuera tan mío que nadie pudiera entrar. En unas semanas sería mi cumpleaños, me acercaba a esa edad en donde las mujeres dejan de ser mujeres en la sociedad y nos vuelven fantasmas. La Naturaleza nos arrebata nuestros óvulos y la sociedad simplemente nos deshecha. Tomé mi primer sorbo de café.
Durante años en terapia hablé de mi padre, de su triste Destino. Desarrollé una neurosis en donde nadie tenía derecho a equivocarse. La vida carecía de cualquier sentido y sólo el escribir me redimía. Pero esa redención sólo era posible si llegaba a ser buena. Planteé la idea del suicido durante años. Una mujer con mis tesituras emocionales, con sus maneras y modos de escribir, siempre termina en el desconsuelo de la locura. ¿Ese era mi destino?
Me coloqué frente al espejo de caoba que rescate del derrumbe familiar, fue una herencia que no quería ser herencia y ahora colgaba en mi pared. Miré mi cuerpo por primera vez en mucho tiempo. Durante los últimos cuatro años no había ganado peso. Me prometí cuando supe que no lo volvería verlo que no me permitiría ser invisible a mí misma. Así recobré u obtuve por primera vez mi dignidad de ser mujer. El café amargo siempre tiene notas dulces.
Durante años en terapia hablé de mi padre, de su triste Destino. Desarrollé una neurosis en donde nadie tenía derecho a equivocarse. La vida carecía de cualquier sentido y sólo el escribir me redimía. Pero esa redención sólo era posible si llegaba a ser buena. Planteé la idea del suicido durante años. Una mujer con mis tesituras emocionales, con sus maneras y modos de escribir, siempre termina en el desconsuelo de la locura. ¿Ese era mi destino?
Me coloqué frente al espejo de caoba que rescate del derrumbe familiar, fue una herencia que no quería ser herencia y ahora colgaba en mi pared. Miré mi cuerpo por primera vez en mucho tiempo. Durante los últimos cuatro años no había ganado peso. Me prometí cuando supe que no lo volvería verlo que no me permitiría ser invisible a mí misma. Así recobré u obtuve por primera vez mi dignidad de ser mujer. El café amargo siempre tiene notas dulces.
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