A un silencioso homicida:


Por Viridiana Nárud

La última vez que nos vimos me apartaste de todos para decirme que el huevo había dejado de gustarte. Tu desayuno preferido, de la nada, ya no te gustaba. Si yo poseyera un poco de perspicacia, el mensaje habría sido entendido. Ahora, en la lejanía, me parece claro. Aunque por su misterio eran indescifrables. Somos destino.

Desde tu partida he tenido que emprender una búsqueda que me extravió de mí misma. En un principio no pude más que odiarte. Ninguna carta ni un mensaje. Es el silencio el que no perdono. Existen tantas preguntas que no serán jamás resueltas. No hay manera de hacer hablar a los muertos.

Te recuerdo acurrucado en la esquina del balcón, no dejabas de llorar. No te reconocía. No estabas tú. Tu alma te abandonó. ¿Dónde estabas? Esa noche después de mi partida hiciste cosas que me cuesta trabajo perdonar. Del perdón, se dice, es algo que sólo le confiere a Dios, pero yo creo que él no nos ve ni escucha y a falta de olvido… ¿qué se debo hacer?

El alma se agranda con la belleza, con el pasado arcaico. Me lamentaba que tus ojos no vieran nuevamente el sol, que ya no regresaras a Lisboa y te emocionaran sus paisajes… Recuerdo que sólo escuchabas el ruido del tráfico y te enojabas. Aunque al final de cada rabieta nos engañabas con un risa. Te abandonó la belleza. Desapareció el sabor, el aroma y la sal que acompañaban tus desayunos.

Mi fe en mí misma se tambalea. Lo que yo vi aquella noche desafía la realidad de las cosas concretas, lo que sucedió después, lo que sucedió después… No me atrevo a pronunciarlo por temor a que alguien se ría. Conforme pasan los años lamento que las creencias de la vida después de la muerte o su condena se hayan extinguido. Uno necesita saber que la Justicia restablece un orden, aunque sea cósmico.

Me he alejado del mundo. He comprendido que el miedo no es personal, que pertenece a toda la humanidad. No sé si sea un consuelo. Con la edad uno necesita creer para liberarse un poco de la realidad de los hombres. Imagino muchas cosas, tantas que temo que el pandemónium de la fantasía se apodere de mí.
Existen círculos que jamás se cierran y crean un infierno. El silencio muchas veces me parece una rabieta infantil. Para hablar es necesario crecer, ser capaz de enfrentarse a las palabras y los sentimientos que se expresan. El silencio está demasiado sobrevalorado. Necesito respuesta al por qué.



V.

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