Del amor, la casualidad, su sin sentido, su ley o muerte
Por Viridiana Nárud
Después de haber salido del hospital, Samuel Beckett visitó a su agresor, un vagabundo que le enterró en su pecho muy cerca del corazón, una navaja. Fueron dos centímetros los que salvaron a Beckett de la muerte. ¿Por qué lo hizo? Preguntó. No lo sé. Con esa respuesta tuvo que conformarse el escritor. La vida en su hecho más puro es la suma infinita de improbables. Puedes cruzar a diario las calles de Paris sin el menor contratiempo y un día, un sujeto, de la nada y sin saber por qué, te atraviesa una navaja en el pecho.
La vida forma parte de una estadística de improbables que terminan siendo lo probable y en su repetición se crean las leyes de la naturaleza. Nada de lo que ven tus ojos tenía probabilidad de existir. ¿Es la materia respondiendo a esa casualidad la creadora del universo? O ¿Es una Mente Creadora que imagina la causalidad de nuestra existencia? La primera pregunta responde al azar y conforme se repite su creación lo desplaza. Todo dentro de la ley, nada fuera de ella. La segunda, responde a una mente, a una energía que nos imagina y crea, como reflejo de esa vida que imagina, podríamos entonces ser capaces transformar nuestro entorno y llamar todo aquello que nos permita nuestra supervivencia. La vida sería es su estado más puro el resultado de un espíritu que nos imagina. Como es arriba es abajo.
Cuando dos seres se encuentran, la casualidad y el azar entran en juego. Un pequeño estallido. Las energías del Universo concentradas en dos seres. Ese encuentro responde al deseo; la necesidad, a los sueños. El Caos. Primero es el aliento, el soplo de vida. El fuego para no morir necesita comunicarse. Después los besos, la chispa divina. El placer del deseo encarnado en la boca. Pero esos dos seres tendrían que responder a un orden superior y no aterrorizarse ante el estallido de vida. Por este motivo es que algunos amores mueren ante la primera vista y última de su gran amor.
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