Sol de invierno


Por Viridiana Nárud

El sol de invierno me hace daño. El aire frío me engaña y cuando menos lo espero, la piel me arde. Hubo días en que la luz no me lastimaba. Incluso, llegaba a lucir un buen bronceado. Juan Carlos me dice que la única manera de regresar a mí es que yo salga de este departamento. Envió un ticket de un vuelo que caduca en unas semanas. 
Pongo mis dedos sobre esta ventana traslucida. La luz azul de esta tarde los delinea. ¿Cuántas cosas me he privado de tocar? Hay días que coloco mi mano sobre las bocinas. Pongo el playlist que escuchamos en ese último viaje. Entonces, las vibraciones en las yemas de mis dedos me recuerdan la última caricia y es cuando extraño no tener miedo.
No guardo la esperanza de salir de aquí. La única esperanza que me ata es que Juan Carlos regrese. Cuando pienso en él creo que viví una vida para hallarlo y que incluso he de vivir más vidas para reencontrarlo. Me aterra pensar que no existe vida después de la muerte. Existen conductas incorregibles que sin importar cuántas veces las repita, no puedo evitar cometerlas.
Mi encierro es deliberado. El acto de vivir me lastima. El amor si es un arte, yo no tengo el oficio. Aunque yo siento a Juan Carlos presente. Me sorprendo algunas tardes conversando con él e imagino lo que me respondería en caso de no estar ausente. También mi cuerpo guarda reminiscencias de él. A veces, su perfume invade la habitación. Pero yo me quedo aquí. Oscurece y yo no sé si él regrese a mí. Los rumores del corazón me hacen daño. 


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