2018
Por Viridiana Nárud
Nacemos para ser olvidados. Ese era el misterio que su corazón pudo
responder. No necesitaba más interrogantes. Me atrevo afirmar vomitaba el ardor de su conocimiento en los baños de la oficina.
Nadie necesitaba de ella. Tampoco les interesaba lo que conocía. Meses
atrás se echó la suerte para conocer su destino próximo. Hablaban de aquel
hombre que no pudo identificar hasta volverlo a ver. La situación actual no era mejor a la pasada. Pero él regresaba. El alma se le hacía agua, cuando
ella hablaba de esas cosas la gente echaba una carcajada. Era mejor guardar
silencio.
En la comida, prefería
sentarse con la gente simple. De estas obtenía razonamientos y palabras simples
que desenredaban su complejo pensamiento. Tienes
que ser parte de la vida para no ser una espectadora. La maquillista de
atuendo vulgar y maquillaje exagerado al enunciar esas palabras, le hizo
recordar a su padrastro, hombre de derecha y, aunque feo, elegante. La mujer
anónima fue al baño a vomitar. La vida era la mayor hacedora de miedos.
Se sentó en la sala de
juntas junto al hombre que la Suerte dictaminó unos meses atrás. Miraba su
entorno, el rostro de los hombres, las formulas repetidas. El cuerpo de ella se
encontraba presente, trató de mantener en su mano un lápiz para sentir
a través de las yemas de sus dedos la realidad. Su mente, por más que la
obligaba permanecer ahí, pensaba en las historias de las personas que estaban frente a ella. ¿Más café? interrumpió uno de los
clientes sus pensamientos. ¿Estás
nerviosa? El temblor de su cuerpo comenzaba a delatarla. Ella no estaba
ahí.
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