La imposibilidad de lo posible
Por Viridiana Nárud
Su destino, como el de
todos, se encuentra en las estrellas. La tragedia humana radica en saber que no
puede hacer nada en contra de éste y que tarde o temprano se rinde ante él. La
única libertad del hombre radica en afrontarlo con abandono y dejarse caer en
caída libre, o, dar unos cuantos manotazos antes de que éste lo consuma. Si
alguien niega esto, exhorto que se convierta en inmortal.
La muchacha, ciega de su
destino se dirigió a su cita. No llegues
después de las ocho de la noche. La voluntad de nada sirve. La muchacha
salió una hora antes de su cita. Pensó en llevarse su bicicleta para no
utilizar el transporte colectivo. Antes de abrir el candado, una gota de lluvia
le cayó en la frente. Se subió al camión de mala forma. Su abrigo elegante se
arrugaba en medio de la multitud. Cuando quiso ver la hora se dio cuenta que el
reloj desapareció de su muñeca. ¿Lo habría olvidado? El no saber si
su reloj se encontraba perdido o en el buró de su recámara comenzó a angustiarle.
Después de un tiempo notó que la estación en que debía haber bajado quedaba atrás.
Llegó al restaurante a
las ocho treinta. Ni un minuto antes ni después. Se abrió paso entre los comensales
que la miraban de forma extraña. Tuvo la suerte de prever no irse en bicicleta, pero no la de llevar un
paraguas. Su rímel negro se esparció por sus parpados. Mientras las miradas
incomodas la siguieron, pensó en cuánto odiaba su timidez. Si hubiese dicho ocho treinta… Se sentó en la mesa en donde el
hombre le dijo que la esperaría. Invadida por la vergüenza pidió una copa de
vino. No más.
El regreso a casa lo hizo
caminando. Al dejar la propina olvidó tomar un poco de cambio para su pasaje de
regreso. La caminata le ayudó a olvidar por un momento aquel día. Aquella
mañana nada funcionó de manera adecuada. Le cambiaron las mesas, por lo cual
recibiría menos propina y el próximo mes de renta terminaría siendo un reto.
Pensaba en todos los años de estudio, en su antigua casa, en la que creció. Sus
padres, en caso de vivir, se encontrarían avergonzados. Estaba cansada de
soñar, de esperar.
Miraba el cielo y ni una
sola estrella se asomaba. Le pareció un milagro que la luna se impusiera en
medio de esa urbe. Pensaba en los misterios de la vida, en ese encuentro fortuito
que terminó en una cita que no se dio. ¿Habrá
ido? Pensó por un instante. Frente al espejo, ya en casa, trató de
reconocerse. En el pasado no fue reconocida por ser una mujer hermosa. Su madre
le decía que con un poco de arreglo lo sería. Pensaba en los libros
que quería leer y que el tiempo y el dinero no le alcanzaba para cosméticos. ¿Quién soy? Pregunta que evitó hacerse
después de aquel fracaso laboral, la hacía nuevamente esa noche después de un nuevo fracaso. Ponerse
aquel abrigo y labial le hicieron recordar los sueños del pasado. Si él la hubiese conocido en aquel tiempo, la habría esperado.
La imposibilidad de lo posible la enfermaban. En la escuela le dijeron que era la gran promesa, que
el futuro resultaría prospero. El futuro ya era presente y ella estaba frente
al espejo preguntándose el por qué conoció a ese hombre aquella mañana. Vio su departamento.
Mantenía cierta clase. Los muebles antiguos de sus padres aún se encontraban en
buen estado. Sin saber por qué, tiempo atrás encontró la resignación de ser lo
que era y no de quien soñó ser.
La noche fue una vigilia
eterna. Pensaba en el número de posibilidades de volverlo a encontrar. ¿Si regresaba mañana? No estaba
acostumbrada a llorar y no lo hizo aunque en ocasiones un nudo en la garganta
se le formaba. Se presentó al trabajo con ojeras y de mal humor. Nadie lo
notaría. No hablaba con nadie. Si acaso, los comensales se quejarían de su
actitud. En lo más profundo de ella, como un secreto casi olvidado, en su pecho
habitaba una esperanza. Eso la obligó a ponerse un poco de rímel y labial.
El regreso a casa caminando. No pensó nada. La anestesia del dolor era el mejor remedio. Su
mirada se detuvo un instante en el espejo. No quiso ver. Cenó un poco de
cereal. Abrió un libro que apenas pudo hojear. Sueños estúpidos de gente estúpida. Lo único importante es lo real, concreto. Se recostó en la cama. El pecho le apretaba. Quiso abrirlo un
poco con la mano y evitar sentir que se sofocaba. Cerró los ojos hasta dormir.
Nunca más un sueño.
Despertó. Se lavó los
dientes sin verse en el espejo. Guardó el abrigo en el fondo de su closet. Se
subió al transporte colectivo. Con la mirada baja continúo su día. ¿Qué desea ordenar?
Comentarios
Publicar un comentario