Nos vemos en París
Por Viridiana Nárud @viridianaeunice
Nos veremos en París. Con esta frase desperté a las cuatro
treinta de aquella mañana. Era una promesa rota hacía unos días. Si bien es
cierto que nunca había tenido la certeza de volver a verlo, mis palabras
escritas en un mensaje terminaban con asegurar ese hecho. No iría, al menos, no
a verlo. En mi sueño la imagen era clara. Él se quedaba atrás sin entender
nada, mientras mi taxi arrancaba a un destino desconocido en el bosque.
Tomé una decisión con la visera. Ojalá y tranquilizarme fuera
tan sencillo como hacerme enojar. El celo y el capricho, pareja inseparable, han
sido mis peores consejeros. Soy partícipe de la discreción. No me
importa que lo llamen doble moral o mentira. Simplemente prefiero mantener y mantenerme
ciega ante circunstancias obvias de la vida. Porque una frase, por mínima y
honesta que sea, puede incitar la ira.
Aquel sueño despertó todas mis fantasías enterradas. Nadie
está dispuesto a cruzar el Atlántico por una simple calentura, me dijo una
amiga mientras yo manejaba con las manos al volante y mi mente extraviada. Tenía
razón. Hasta ese momento no me había cuestionado el por qué ir. ¿Un instinto?
También tenía miedo. Me imaginada que podría ser un asesino y que mi cuerpo
jamás sería encontrado. Mi madre y hermana serían desdichadas por el resto de
sus vidas. ¿Por qué someterme a una pulsión sin sentido? Los sentimientos
carecen de toda lógica social, mantienen una propia que a nadie obedece, ignorando
también la dignidad. Algo tan sagrado, que mi padrastro decía que ésta se daba
en un estuche de lujo que pocos poseían. Ser digno hasta el fin. Nunca importan
los sentimientos cuando se encuentra en riesgo o ¿sí?
Pensé en el peligro constante que debe atravesar una pareja
de amantes. Cuando dos seres conocen, quién sabe qué energías se despiertan en
el universo, que pareciera que lo único importante es su separación o la
imposibilidad de un reencuentro. El azar se convierte en rey. Estos dos sujetos
se encuentran envueltos en una atmósfera de atracción y repulsión constante, así como de
causalidades que permiten que su relación salga a flote o se hunda. El riesgo
es permanente y real.
Había jurado que antes de mi partida sólo el aburrimiento sería
amo y señor de mi vida. Cuanto más me resignaba a esta idea, el azar hizo su
parte. El “din” de mi teléfono anunciaba un mensaje. El Sujeto B regresaba a
México después de un año de nuestra separación. Que, por cierto, había
comenzado semanas después de que el Sujeto A partiera y que por una extrañísima
casualidad conocí en la única que fiesta en la que A y yo salimos juntos. Sin pensarlo, en una hora y media, me
encontraba en la casa de B. Su rostro denunciaba
la locura y sus besos, un febril deseo ocasionado por seis meses de soledad. Seis
meses en la sierra no es fácil, supuse. Miraba el techo. Mi torso desnudo era
abrazado por aquel hombre que parecía quererme como nunca nadie lo había hecho.
¿Por qué irme si por parte del sujeto A sólo había silencio e indecisión? De hecho,
un año atrás, en forma de decreto, me dijo de forma inconsciente que no funcionaríamos.
¿Por qué irme cuando el hombre que me ama se aferra a mi cuerpo pidiéndome en
silencio que no me vaya? Porque a pesar de hacerme sentir como una mujer, no
hay nada adentro de mi pecho que desease estar con él.
Fue un año convulso desde que conocí al Sujeto A. Gracias a
él, había pasado a la historia el capricho de un amor imposible y el nuevo amor
que se me presentaba por segunda ocasión, me parecía vacío. Me aferraba a una
corazonada, a un sentimiento que quizá el tiempo y mi imaginación habían
mejorado. Quería huir de la desolación
de la existencia. Quizá una nueva aventura era lo adecuado para un corazón anodino.
Pero nada puede quitar el sentimiento del vacío. Ni el sueño de volver a
sentir. Miré atrás, como en mi sueño, vi una proyección evanecerse y las palabras
dichas jamás escuchadas, perdieron fuerza dentro de mí. Los recuerdos se
encuentran alterados, son reales sólo en parte, y como fantasmas, regresan sin
ser invocados. No sería dominada por un espectro que su mayor proyección me
resultaba cruel.
Imaginé el paisaje frío de París, como si fuera genérico y
sólo encerrara la imposibilidad. Nos veremos en diciembre, terminé aquella
oración mientras el coche se alejaba dejando atrás a ese fantasma.
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