A la Gorda

Si me viera en la necesidad de adulterar datos en favor de un relato, tendría que comenzar diciendo que te llamas Gala, como el nombre que tu antiguo dueño daba en la veterinaria. Aquí no hay ningún perro con ese nombre, me dijo el empleado. Yo te busqué entre los perros, tú moviste la colita y te dejaron ir conmigo. Después, Jorge me explicó que le avergonzaba decir que te llamabas Gorda.  

Conozco tu historia. El cómo estuviste enjaulada en un piso de azotea y te pegaban a palos, tu cráneo guarda una cicatriz; supe también cómo una camada de tus cachorros murió congelada y que te cruzaste con french poodle. Irónico el hecho para una perra alta y tan guapa. Sé que eres incapaz de morder a un perro aunque te ataquen. Contigo aprendí que la vida es bella en los pequeños detalles, que no importa nuestro pasado, es nuestra esencia la que permanece intacta. 


Gorda, una amiga me contó que en el otro mundo, las mascotas esperan a sus dueños el día que mueren. Si esto es cierto, busca a Percy. Ella se pondrá celosa, pero es el amor el que une a los espíritus. Cuando muera, espérenme en ese lugar. Guíenme en ese mundo de sombras. En este mundo, pido que tu espíritu no me abandone. Contigo aprendí amar la vida.
Buen viaje. 




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