Toledo
Por Viridiana Nárud
En esta
familia el silencio y las miradas tensas lo dicen todo. Existe un código de
conducta no escrito el cual siguen. La educación y el estricto rigor del
silencio me apartan. Desde que llegué he sido ese ser que todos notan y que ignoran, me encuentro en una escala menor a la de un fantasma. Te observo
desde este lugar, atrás tuyo, puedo oler el cebo de tu cabello acumulado del
día, ver tu pie moviéndose nerviosamente de un lado a otro y cómo tomas mate sin
detenerte cuando tu padre llega. Te observo y pienso que eres un niño y cómo
todos los hombres de los que me he enamorado parecen ser sólo eso. Es la
violencia del amor y la capacidad de enfrentarlo que los vuelve hombres.
Se me
carcome el alma pensando en ti, sólo estando tan cerca me siento tranquila. No
quisiera irme. La ansiedad del deseo aumenta a medida en que el sujeto se
encuentra incapacitado de hacerlo realidad. No quisiera terminar como tu madre,
comiéndome mis miedos sin poder verme en el espejo. La vida,es la que nos
separa. En esta casa no se abren las ventanas, el aire es denso y difícil de
respirar. Toco tu espalda con mucho cuidado, la piel pegada a los huesos, tu
camisa de algodón suave y desgastada, sonríes al verme de reojo. No quiero irme y dejar de
escuchar tu risa de niño.
José María,
tengo una hora observándote desde el vilo de la puerta, no has notado las
maletas en el auto en el cual venimos juntos y que pienso dejarte. No soporto tu
mirada llena de miedos y cómo has preferido no verme para no enfrentarlos.
¿Recuerdas esa tarde en Toledo? Yo recuerdo las palabras que me dijiste y cómo
es que necesitaste estar en otro país al otro lado del mundo para decirme lo que sentías. Vivimos juntos esos miedos que hoy ya no te permiten ver las
maletas en el auto y escuchar el motor del auto alejándose para no regresar.
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