Una mujer polaca


Recuerdo sus profundas ojeras, su piel pálida, su cabello rubio y sus libros. Hija de una exiliada polaca. Tocaba el chelo, actuaba y hablaba del budismo en la actuación. No pierdan nunca la capacidad de asombro, así comenzó su clase. Su frase más que asombro me causó risa. ¿Cómo podría ser eso posible? Fue lo que pensé.

Tenía diecinueve años y perdido todo.  Creí que las cosas más fuertes que debe atravesar un ser humano las había vivido. Pero llega la muerte y tu rostro se transforma a los veintisiete. Tus amigos no te reconocen. Simplemente algo cambió en tu rostro, algo que no puedo describir,  fue lo que dijo una amiga al encontrarse conmigo de frente y no reconocerme.

Ahora lo entiendo, el asombro se pierde. La crueldad de la vida te obliga a perderlo. Pero es el amor el que nos salva de ese abismo. Ahora entiendo.




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