En busca de un nuevo Dios
Por Viridiana Nárud
Si alguna
vez me encontré seducida por la idea de encerrarme en un convento se debe a una
idea romántica que encuentra sus bases en la oración. Me imaginaba orando durante horas hasta perderme
en un trance y así llegar a un éxtasis divino. Afortunadamente, mis padres jamás
atendieron mi petición de encerrarme en un convento. Ya en mi vida adulta
conocí a una monja desertora que al preguntarle sus sentimientos al orar me
dijo que le resultaba bastante aburrido y que no entendía por qué la obligaban.
En mis
búsqueda hacia Dios los libros de psicología se han convertido en mi
compañeros, más que la Biblia, debo aceptarlo. Así fue como llegué a Jung y el
Tarot. Lo que yo entiendo de este psicoanalista es que en nosotros habita un
Dios interno. También entiendo que esa búsqueda no es un ir hacia fuera sino un
ir hacia dentro. Quien mira afuera,
sueña. Quien mira adentro despierta. Esta frase es representada por el Ermitaño
y esta carta me abrió las puertas del diálogo con mi dios interno, de esta
manera fue como el Tarot se convirtió en una especie de guía.
Sin embargo,
pensar en la responsabilidad del individuo acerca de su Destino cuando éste se
presenta de forma inconsciente, es demasiada responsabilidad para un solo hombre.
Porque olvidamos su momento Histórico, su entorno, la clase social a la que
pertenece, es decir, nos olvidamos del mundo que lo rodea y cómo éste es capaz
de someter al hombre libre en la más grande prisión, la desesperanza. Es
entonces que quisiera que la oración, esa suplica de la voz tuviera un escucha
y guiara esta vida que apenas tentamos en tinieblas.
Una máxima
ocultista dice que entre la luz y la oscuridad habitan las tinieblas. Yo creo
que Dios, en caso de que exista, habita más los recovecos en donde la luz se
encuentra difusa. Así es como opera el inconsciente, sólo es visible hasta que
quiere ser visible. Lo visible es manifestación de lo invisible. De esta manera
Dios actúa en clandestinidad.
Cuando me
imagino al dios de los cristianos, me imagino a un hombre burlón, nada amoroso.
Me seducen más las ideas de los dioses griegos, esos que son iracundos y
someten a sus creyentes en la ira cuando los olvidan. Esos dioses se
apegan mucho más a la realidad humana que a ese padre amoroso que nunca nadie ha
conocido. La virtud es un vicio; la esperanza un mal para humanidad. Sin
embargo, cuando esta se ausenta el hombre es capaz de llegar al suicidio.
Siempre recuerdo a Walter Benjamin y Stefan Zweig quienes desprovisto de ella
se suicidaron en medio de la guerra.
La esperanza de Dios nos salva. El creer, dice
Erich Fromm, no es el problema, más bien uno debería preguntarse en qué creer.
Si la idea de este Dios es aciaga, cuál es el nuevo Dios que debe representar a
esta nueva sociedad encerrada en sí misma. La Ciencia se olvida de los sueños y
sentimientos. ¿En qué creer?
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