Piel humana


Por Viridiana Nárud

Sorprendida de mi propio destino lo miro fijamente. Regreso a mí. Mis manos colocadas sobre la mesa, la taza de café vacía. En el balcón, el cielo de otoño es opacado por una densa capa de aire pervertido. Sus manos bailotean nerviosamente y como si fuese un llamado de mis ancestros habla.  Primero, escucho su voz. Sus palabras guardan mi pasado. Después, pongo atención en su tono. Renacen mis muertos.

No es él. No tiene el mismo color de ojos. Ni siquiera tiene ese lunar en la mejilla. Ese mismo lunar que yo tengo. Me oculto de mí misma con el humo del cigarro. Conmigo viaja mi deseo. Mi mano tocando su mano. Apago el cigarro. Mis uñas sobre su espalda. Respiro. El joven procaz frente a mí es incapaz de siquiera intuir lo que en mi imaginación sucede. Sirvo un strudel de manzana.

A ratos desvarío. Considerando las palabras que ha pronunciado me sorprende a mí misma el no haber enloquecido. Miro el reloj y las manecillas moviéndose segundo a segundo. Esta trama comienza a parecerme vulgar.

--Desnúdate.

¿Por qué siempre debo terminar así? Le pido que me abrace. Se acerca a mí poniendo su mano derecha sobre mi nalga. En mi defensa diré que a veces actúo por desesperación. Coloco mi pecho sobre su pecho. A él le causa risa mi sudor, me toma con más fuerza. Pido que se detenga. Entra el fantasma de mi pasado. Me ovillo. Pido que se marche. Las memorias que él trajo me devoran en esta habitación y no quisiera.

 Apago el cigarro. 








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