Un juego cruel
Por Viridiana Nárud
Siempre he mirado con cierta envidia a las personas que
llaman a su progenitor, padre. Por mucho tiempo, de forma inconsciente, busqué
un hogar en donde un padre me llamara hija. Con mi padrastro se jugaron ciertas
fantasías en donde él me llamaba hija frente a los invitados y familiares, pero
cuando todos se iban nada de ese amor inventado quedaba. De nuevo a
la soledad.
Es muy desgastante tener que buscar abrazos en donde jamás
serán encontrados. Y la verdad es que la gente se encuentra poco acostumbrada a
darlos, les teme. Quizá porque el contacto con el otro de forma tan
cercana puede revelar nuestra debilidad, nuestra falta de amor y, entre los
amantes no confesos, la excitación por el otro.
Me he cansado de buscarte en cualquier hombre. Ahora que soy
consciente no puedo más que compadecerme y sentirme patética al practicar esas
fantasías, que comprendo eran necesarias para mi desarrollo y evolución humana. Entiendo
que lo que no está, lo que no existe, por más que se nombre o se invoque jamás podrá
existir. Eso es lo que he comprendido en esta súplica eterna de una hija que
sólo busca el amor de su padre.
¿Sabes? No te culpo. También tú estás vacío. Tenemos heridas
en el alma que no eran nuestras. La gente como tú no debería tener hijos.
¿Sabes que el dolor de una generación transmuta en un solo ser humano? El
dolor milenario de todos mis ancestros… es demasiado. No puedo distinguir qué
me pertenece a mí y cómo curarme. A veces creo que esta ira tú me la heredaste y que
a su vez, tú eres heredero de una ira antiquísima que se ha albergado en
nuestra sangre.
El único obstáculo que se presenta entre la vida y la muerte
es la vida, que siendo sincera, me parece sobrevalorada. No le encuentro
significado más que una enorme incomodidad. Me gusta dormir porque no tengo
sueños y es el único momento en donde la vida tiene una pausa.
Sé que no me leerás, de igual modo escribo por si existe la vida después de la
muerte. Quiero perdonarme a mí misma por no poder amar la vida; para no ser
condenada. A veces, el hecho de existir y pretender el mínimo agrado resulta la mayor
carga. La vida no se ama sólo por el hecho de que esta se te dé. Así como uno
se encuentra obligado hacer méritos para que la vida sea amable contigo, del mismo
modo creo que la vida tendría que hacer un mérito para tener cabida en el
corazón de los hombres. Es un don, dicen, pero no todos somos los elegidos.
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