Una mujer común
Por Viridiana Narud
Me pregunto
si en épocas de extravío, de tocar las trompetas de partida ante la primera derrota,
de vanidad desmedida y superficialidad en su máxima expresión, vale la pena
sumergirse en el conocimiento de uno mismo, de ver la “derrota” e insistir
nuevamente. Porque, ¿no es de mal gusto hacer públicos sus sentimientos y
pensamientos? Es más, ¿no es abominable conocerse a sí mismo y ver las
imperfecciones en una sociedad que las maquilla con música y filtros?
Toda mi vida
he crecido con la idea del deber de la “mujer bella”. Nunca encajé en ese
estereotipo. Me gusta la ropa y relojes de hombre, también la de mujer; mido
1.72 y soy talla 9, mis senos no son grandes, mi cintura no es prominente y mis
nalgas están en su lugar. Nunca me he distinguido por ser la más bella de la
escuela, del trabajo y tampoco de mis parejas. Tampoco he sido la más inteligente de la
clase, es más, me corrieron de la escuela por no pasar las materias. Así que
desde muy pequeña he ido aprendiendo en mi núcleo familiar y social el deber
agradar. Las instituciones tienen perfiles y si no los cumples te dicen adiós.
¿Qué sucede cuando uno no desea ni aspira encajar en esos modelos sociales?
Pues bien, uno se encuentra extraviada y es que uno se pregunta ¿vale la pena
querer ser uno? La respuesta es
sencilla, sólo vale la pena para uno, porque a nadie le importas.
Me gusta la
idea de no tener que cubrir ningún perfil, me gusta la soledad y de insistir
ante mis derrotas; de sentarme a escribir frente a mi computadora sin ningún
objetivo claro mas que el escribir. Me he preguntado si vale la pena y me
digo que sí. Porque no existe mayor libertad que hacer lo que uno quiere a
pesar de las consecuencias. La libertad es una elección. Yo elijo sumergirme en
mí misma de verme en el espejo y ver a una mujer común sin pretensiones, de ser
ella misma y de amar a un hombre común que en su corazón albergue todo el amor
que necesito.
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