Eco, el mito sin cuerpo




Por Viridiana Nárud

Existen secretos del inconsciente que al ser mostrados deben guardarse en un lugar muy importante de la memoria para que el olvido jamás las encuentre. Porque al ser rebelados, el destino a quien se le presentan, cambia eternamente. Fue en el algún lugar, libro, que no recuerdo, donde aprendí que para ser consciente de nuestro destino debíamos ser consciente de nuestro mito.

 Para mostrarme ante mí, mostrar mi esencia más primaria, debía conocer el mito que represento. Porque a pesar de que ese mito viva en mí se ha encontrado tan oculto, que ese Yo que siempre he considerado mío me parece otro cuando éste se presenta y da una estocada para ocultarse nuevamente. En medio de confusión y caos que deja, me extravío en mis pensamientos, en la reflexión de mis acciones y lentamente pierdo fe. Me miro a través de los ojos de los otros y ese reflejo distorsionado no me pertenece, pero lo tomo, lo hago tan mío que me repito hasta creer que soy yo.

Así que una tarde mientras miro el reflejo de mi cuerpo moviéndose en el ventanal del gimnasio, me pregunto ¿quién es? No me reconozco. No me enamoro, sólo no me reconozco. Un eco de todos los que han vivido en y ese cuerpo, como mis antepasados, mis relaciones, mis padres, la sociedad se manifiesta, pero no escucho mi voz. Nada de lo que ese reflejo habita me parece mío. Pero es mío, me digo.

Ecos resuenan en mi cabeza, palabras últimas de un discurso agotado y doloroso que no es mío. Ese eco guarda un sentimiento, el sentimiento de jamás haber expresado sus propias palabras. Así que dejo de intentar de reproducir en mi mente las palabras, dejo que el silencio me habite y que el sentimiento tome mi cuerpo. Entonces, veo mis entrañas, mis huesos salir de la tierra unirse lentamente mientras comienzan a dar forma a una masa sanguinolenta que aún no es mi cuerpo. Eco titubea. Desafía todo orden divino. Nos miramos en silencio. Aún no se atreve a pronunciar palabra y su cuerpo no ha sido recuperado. Sólo nos miramos. Por fin se presenta ante mí, a quien creí mi enemiga oculta.




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