Larga espera, he cruzado el río
Por Viridiana
Nárud
He cruzado el río, la ciudad gris-azul iluminada por titilantes
focos amarillos, mis ropas húmedas, la respiración convulsiva. He dejado todo
atrás. El pasado, memoria que envuelvo en olvido y sombrío silencio, obliga
a la mirada a detenerse en esta orilla antes de partir y dar la espalda. Caminé horas alrededor de la cuadra antes
de irme. Mis pensamientos inarticulados
saltaban de un hecho a otro. No pienses, no recuerdes, oblígate a olvidar. Pero
el cuerpo tiene memoria y las emociones se sienten todas juntas, caos desbordante
en el pecho.
La bocanada del primer cigarro de la mañana, las canchas de
básquet de la unidad, sentada en la banqueta me decía: No pienses, no recuerdes,
oblígate a olvidar. Esa mañana había hecho las maletas, el cuerpo de mi
padre comenzaría a pudrirse en cuestión de horas. Tenías distintas opciones:
alimentar a los perros hambrientos con él; pedir ayuda y decir la verdad o irme
para siempre. Sin pensar, sin tomar la maleta y el dinero, caminé como autómata
por la ciudad hasta cruzar el río. Las personas suelen dar razón al agresor
cuando termina siendo un cadáver.
Mi pecho apagado, sin pasiones, desorientado por el caos de
la existencia, no encontraba guía. Mi cabeza perdida, desvariaba en “y si… y si… “ planteaba universos imaginados
que jamás podrían ser posibles. La imposibilidad de lo probable me angustia. El
llanto ha comenzado a salir. Antes del olvido un torrente de recuerdos. Trato
de controlar la respiración, consuelo físico de autocontrol. La ciudad gris-azul
iluminada por titilantes focos amarillos queda atrás. He cruzado el río. Así
tenía que ser.
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