Los treinta, la soledad, el ¿sexo? y una pandemia
Por Viridiana Nárud
Me he resignado, viviré solo. Faltó un suspiro para que la tristeza quedara remarcada. Esta pandemia nos alejó del mundo, de las personas. Los paisajes quedan restringidos y los abrazos parecen cosas de aventureros suicidas. Hablar, estar con el otro, nunca significó tanto peligro.
Se han construido demasiados mitos alrededor de los treinta.
Hombres que se convirtieron en dioses y se elevaron en cuerpo y alma hasta el
cielo; héroes que salvaron a los dioses del olimpo; padres que tuvieron un
matrimonio, hijos y un trabajo con sueldo estable. Sin embargo, el mito del
amor continúa siendo un constructo que deja a los individuos vacíos y con ideales
que nos permiten continuar anhelándolo. Extraña paradoja.
En la mitología griega se habla de Eros como ese único dios capaz
de someter a Júpiter, el más grande de los dioses. ¿Qué no podrá hacer conmigo
que soy un simple mortal con dudas terribles acerca de la existencia? Pero no
es el temor a que Eros me someta con su flecha y me una al otro lo que me
atormenta, es su silencio, su ausencia. ¿A caso no estaré esperando el milagro
de un dios muerto?
¿Necesito resignificar al amor o es necesario entender el
significado de éste? En una sociedad en donde se castiga la pasión y se premia
la razón, ¿cómo una mujer apasionada, dispuesta a todo a cambio de incertidumbre,
puede tener cabida en esta realidad en donde se castiga la locura? ¿A caso la
locura, el amor y el olvido no se encuentran eternamente acompañados? ¿Cómo separar
la locura que provoca el deseo para vivirlo a través de la razón? ¿Cómo entregarme a
medias a cambio de estatus de mujer fatal? ¿No es la ilusión el principal
alimento del amor?
En esta pandemia generé el vinculo más grande conmigo misma.
La soledad me ha atrapado. Soy incapaz de comunicarme con el otro por temor a
perder lo que he encontrado. Porque lo cierto en este miedo es que soy mi lugar
seguro. Nadie me ha comprendido mejor que yo a mí misma. Mi locura y exigencia
no pueden hacer daño al otro, sobre todo, no puedo juzgarme a mí misma y
rechazarme.
¿Qué puede sustituir esta falta de sexo, las ganas de ser
besada, de ser abrazada, de ser con el y en el otro? La masturbación, es como un cigarro
electrónico. Nada puede sustituir lo uno por el otro. Pero el sexo por el sexo, me aburren
y me dejan vacía. No quiero que nadie interrumpa el silencio de la soledad a
cambio de gemidos y respiraciones entrecortadas. No es que no me ponga caliente
ver a un hombre desnudo o los besos sobre mi cuello, simplemente no me calienta
el no poder despertar una mañana acompañada del hombre que me hace desearlo
todos los días. El sexo no sustituye la paz del silencio, sólo crea confusión. El amor, sin embargo, es capaz de despertar caos en medio del silencio.
Esta pandemia me obliga a ver mi interior. He visto mis miedos, mi edad, me reconozco inepta de atravesar su umbral. Él ha despertado el deseo de no querer estar sola, pero hay demasiado pasado, un pasado que ni siquiera me pertenece. Me encuentro inmóvil ante del deseo y sólo hablo y escribo de él. El veredicto anuncia una soledad que no es amarga, simplemente llena de anhelos. Esta pandemia no me alejó del mundo, sólo me hizo ver el por qué me alejé de él.
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