El mal de la escritura
La voz de mi madre en el teléfono. Siente aberración por mi soledad. No sabes dar amor, me preocupa. Su perorata continúa, no tiene fin. Me lleva al pasado: Cuernavaca, año que no recuerdo. La hamaca en el jardín, la casa está sola, mis padres trabajan. Percy y yo juntas. Leo un libro estúpido, de los que había en casa, hasta que la noche llega. Mi soledad es crónica.
La llamada termina. Han pasado horas. Veo los libros que he
leído. El leer es una actividad solitaria que genera un diálogo con el espíritu
de sus escritores, eso lo aprendí de Borges. Dice Sabbato que el problema de
los astrónomos radica en que sólo ven las estrellas, pero ¿qué cuál es el mal
de los escritores? Mi doctor solía decirme que dejara las lecturas, de ver las
letras de los muertos, de otros. No sé si sea una timidez, una neurosis o algo
por el estilo, que hace que el observar al ser humano sea menos doloroso que
interactuar con él.
Somos seres complejísimos llenos de defectos y pocas veces
se asoma una virtud dentro de nosotros. Somos máquinas divinas con propósitos poco
claros. Estamos en un planeta en donde el otro es causa de conflicto y bien. La
gente miente y calla lo que siente la mayor parte del tiempo, es mentira que
puedan ocultar lo que sienten, lo que piensan, sólo tendríamos que observar sus
acciones y la falta de ellas para entenderles.
Mi madre se preocupa por mi ausencia dentro de la familia, a
mí me preocupa su falta de amor. Uno ocupa nombres falsos para determinar su
sentido o quehacer en la vida. Unos se llaman padres y no actúan como tales,
otros, se nombran personas de bien y ni siquiera se han preguntado el significado
de la palabra. El sin sentido opera día a día. Necesito una pausa.
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