Cafetera francesa

Por Viridiana Nárud 

La mujer agitaba sus dedos nerviosamente sobre la mesa. Pesaba en algo que para nosotros, por el momento, era indescifrable. La tetera comenzó a silbar y la mujer salió de la abstracción de sus pensamientos. Tomó la prensa francesa, colocó dos cucharadas de café, sirvió el agua y esperó tres minutos mientras sus pensamientos volvían a extraviarse.

La calle estaba silenciosa, el sol entraba por la ventana y la cocina con sus azulejos viejos y limpísimos brillaban. Mariana comenzó a tomar café. La noche anterior había recibido un documento. La muerte de su progenitor era un hecho. Continúo tomando café. Sentarse a escribir no era una opción. La tristeza o un estado de reflexión permiten hacer al escritor su tarea, pero Mariana no sentía nada. Quizá en su cabeza no se articulaba ningún tipo de pensamiento, su expresión sombría era simple reflejo de la nada.

Mariana salió de la cocina con la taza de café caliente en las manos, comenzó a hurgar entre sus libreros. Tomó el pequeño álbum de fotos que hurtó de su casa antes de dejarla. Miró a su padre joven, su cabello rizado y cuerpo fuerte, utilizaba el vestuario de alguna producción. Pensó en la joven promesa que describían los diarios de su tiempo y cómo nunca más volvieron hablar de él. Una promesa es acción en potencia, pero no la acción concertada. Tomó un poco más de café. Vio uno a uno de los libros que tenía frente a ella. Su padre solía decirle que los escritores no leen. Dio un sorbo fuerte a su café.

Será enterrado el día de mañana a las diez de la mañana entrará al crematorio. Su madre terminaba el mensaje con será tu última oportunidad para hablar con él. ¿Con el cadáver? Pensó Mariana. Abrió la computadora y comenzó a escribir cosas sin sentido. No siento nada, dijo mientras prendía un cigarro. Adicción que creyó superada hasta ese día.

Mariana regresó a la cocina, le gustaba recargar su cuerpo junto al fregadero que daba a la ventana de la calle. Era una casa vieja con jardín. La luz tímida entraba por la ventana y Mariana creía que esa era la temperatura ideal. El café de su taza se había acabado, se sirvió un poco más. No siento nada, pensó nuevamente mientras bebía trago a trago su café.

 


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