Sobre los puentes de Madison
Por Viridiana Nárud
Uno ama conforme a la moda de su generación, pero también como el resultado de la suma acumulada
de todos sus ancestros. Los míos se perdieron entre la indiferencia y el dolor.
Sin embargo, las palabras de tres generaciones han sido escuchadas por mí y me
pregunto: ¿Qué es amar? De manera inconsciente siempre ha sido la pregunta que
me impulsa a conocer más del alma humana.
En mi infancia crecí entre los relatos de mujeres maltratadas, insatisfechas y el silencio o ausencia de los hombres. Así que mi mayor miedo en mi primera juventud no fue el no ser amada, sino el no conocer un orgasmo. Pensaba que no quería morir sin la experiencia intima de cómo un cuerpo puede estremecerse por otro cuerpo. Quería, supongo, ser vista por ese hombre que sabe tocar y desea estar junto una mujer para liberarla de ser articulo añejo invisible en casa.
Durante la década de mis veinte crecí escuchando a amigas de cuarenta años y la interrogantes constantes fueron las siguientes: ¿Decidir no ser madre, es en verdad una elección? Y la constante que encontraba en la mujeres de esta edad era la urgencia, la necesidad de ser amadas y no sólo cogidas por el otro. ¿Es verdad que el amor existe? Para ser el amor una invención literaria, este sentimiento consume la existencia de muchas personas y les otorga una dignidad y poder supremos a quien lo encuentra.
Ahora en la década de mis treinta, escucho cómo
una mujer de cincuenta años ha cumplido con sus vida y cómo ya no tiene que
trabajar ni ser madre ni ama de casa, pero si no es todo eso, entonces, ¿qué debe
hacer con su vida? Se mira en espejo y encuentra un cuerpo viejo, desagradable
para sí misma y viste ropa floja y fea para que nadie la vea. ¿Cuándo,
entonces, podrá encontrarse con los ojos del amor?
Francesca, el personaje de Maryl Streep, se encuentra en esa disyuntiva
cuando conoce a Robert (Clint Eastwood). Ha dejado de ser visible para sus
hijos y su esposo dejó de verla en día en que se convirtió en madre. No eres una
mujer simple, le dice Robert a Francesca y esa frase la estremece, la hace dudar de lo que cree ser y que la tarea del artista es revelar la poesía
adscrita al alma de esa mujer. Así empiezan su relación, bajo citas de poemas de
Yeats y Byron, porque el amor es comunicación, el lenguaje es piel que toca el
alma y la desnuda suavemente. Son las palabras las que avivan el deseo y las
que provocan que Francesca escriba tres diarios. Porque el amor exige
comunicación para no extinguirse.
Este personaje
femenino ubicado en una granja de Iowa, lejano al mundo y las sofisticadas formas
de amar de las grandes ciudades, exige un amor que sepa verla y dimensionarla
en todos los niveles en los que una mujer puede vivir. Robert la mira, revela fotos
con su imagen y le dedica un libro después de su muerte se lo entrega. Ella,
anhela el reencuentro con ese amor, sin embargo, deja atrás sus sueños de ser
mujer para ser madre… ¿En verdad el ser madre nos debe alejar de nuestros
deseos más sensuales? Porque me pregunto si uno sólo puede vivir con ese hombre
que haga de su vida una tranquila marea sin aspavientos. ¿Qué es una vida sin
pasión? Y acaso, ¿se puede vivir una vida llena de pasión con la misma persona hasta
que la muerte los separe? ¿Es verdad que toda pasión está hecha para consumirse
a sí misma? No lo creo.
“Los puentes
de Madison” responde a una generación en donde el divorcio era mal visto por la
sociedad y que juzgaba a la mujer amante, retrata a una mujer compleja empequeñecida
por la época. ¿Acaso mis ancestras responden a ese empequeñecimiento?
Robert, es
ese hombre demasiado humano, sensual lleno de placeres dispuesto a vivir su
cuerpo y tocar a una mujer, sin embargo, sabe que “ese tipo de certeza, sólo
se da una vez en la vida” y le pide a Francesca dejar todo atrás. Él
sigue su camino, como un hombre romántico que sólo entrega su corazón a una
mujer y que no olvida a su único amor a pesar del silencio y la distancia, sin
embargo, él llena de evocaciones la ausencia de Francesca: en el libro, en la
medalla que nunca se quita, en la fotografía… Amar implica un sacrificio, volverse real y esto es lo
que Francesca no está dispuesta hacer. Se cristalizan en ese momento que evocan
durante el resto de sus vidas.
Amar en silencio, en anhelo no es amar, este sentimiento exige extinguirse a sí mismo, volverse real, anhela que las personas desnuden sus cuerpos, su yo, que sean eso que sólo pueden ser ante la vista del otro. Amamos conforme a lo que somos y esa vergüenza de no poder serlo todo nos vulnera y nos dice que es mejor ser ideal, pero no hay que olvidar que todo ideal está muerto y que sólo las personas pueden vivir torpemente, aprendiendo sin llegar a ser sublimes, porque el amor es sólo un pequeño instante que se cruza en nuestras vidas y deja una historia que podríamos repetir eternamente. Amar es abrir la puerta de la camioneta para dejar atrás una vida.
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