Bajo la cama de mi madre

 Por Viridiana Nárud

Era una noche brillante que agotaba su historia en cada hora que transcurría. Mi madre permanecía en la penumbra, temblaba violentamente, parecía estar poseída por algún espíritu. Los doctores decían es sólo tensión muscular, los diagnósticos habían rechazado cualquier enfermedad relacionada al párkinson o tétanos. Tiempo atrás mientras ella y yo caminábamos por esta misma calle que atraviesa nuestra casa, una mujer se nos acercó y  dijo algo en secreto a mi madre.

La vida transcurría en cotidianidad aburrida, la rutina de los días daba un sentido a nuestra existencia. A mis cuarenta años no disfrutaba de un matrimonio y las oportunidades, pocas en sus propuestas, se evanecieron en el tiempo. La sombra del recuerdo de mi juventud marchita secaba mi propia existencia. Tenemos que vender la casa, dijo mi madre después de haberlo meditando durante varías semanas. El motivo es inconfesable.

Lo que sucede a continuación es una serie de absurdos que me dejan atónita. Mi madre pidió hablar con un sacerdote, me hizo esperar afuera mientras ella hablaba. No dijo nada de aquel encuentro, la tarde siguiente comenzó a pintar de negro las ventanas, nadie puede vernos. Se encerró en su recámara y no permitió que ningún prospecto de comprador pudiera entrar a ver su pequeño espacio. Salían ahuyentados y no importaba la oferta que se hiciera, nadie quiso comprar la casa.

Sin recursos para rentar un departamento y ante la negativa de mi madre de salir de su recámara, desistí en la intención de vender la casa. Comencé a trabajar para salir de casa y olvidarme de todo lo que en ella sucedía. Mi madre convertía en ruinas la casa que mi abuela nos había heredado. Ponía tablas de maderas sobre la ventanas, de su recámara brotaba un aroma a mierda insoportable que me obligó a mudarme al estudio fuera de la casa. Después comenzaron los temblores, en la noches los gritos insoportables que hicieron aparecer a las patrullas fuera de la casa. Entre, no está siendo nadie lastimado. Los vecinos creía que mi madre sufría algún tipo de violencia.

Es sólo rutina, estamos obligados a responder las llamadas, comenzaron a decirme los policías sin entrar a la casa. Mi madre se encontraba perdida en su propia cabeza. Mientras hablaba con mi amiga de aquel incidente en donde me negué a casarme por tercera ocasión, apareció la mujer frente a mí. Me miró intensamente con sus ojos negros y continúo su camino, un escalofrío que recorrió mi espalda me hizo detener la plática. Sin dar explicaciones a mi acompañante, decidí seguir a la mujer.

¿A caso tu madre no te confesó lo que hizo? Me dijo mientras cruzaba esa inhóspita puerta de la vecindad. Hablé largo tiempo con ella. Me reveló lo que mi madre hizo y el porqué no podría yo tener una pareja o hijos. Es mejor que desistas de ese intento, tu madre los ha ofrendado antes de si quiera haber sido paridos. Caminé de regreso a casa sin poder comprender. Abrí la puerta de la casa, mi madre se encontraba en la penumbra, lo sé todo, le dije sin reproche, tomó mi cuello y comenzó apretar fuertemente. Sus uñas se enterraban en mi piel. Los mareos, la falta de oxígeno provocaron que viera todo negro. Guardo en mis manos mechones de cabello de mi madre y bajo las uñas partículas de carne. Espero que alguien me encuentre debajo de la cama de mi madre.

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