Joseph
Por Viridiana Nárud
No siempre me gustó
Joseph. Lo recuerdo siempre huyendo del mundo, de mí y de sí mismo. Aunque nos
encontrábamos en reuniones no hablábamos. Gritaba su nombre mirándolo a los
ojos, él sonreía tímido retirándose a su habitación. Verlo huir era mi
entretenimiento. Lo soñé ayer, nos encontramos en medio de la multitud, regresaré, le dije después de darle un
beso en la boca. Lo sueños son parte de una realidad invisible que nos guían a
nuestra realización más profunda. Él habitaba los tiempos metafísicos del alma
y yo lo encontraba en los sueños. Soñarlo me lleva nuevamente a él. Si los
sueños son nuestra guía, ¿por qué no nos muestran la respuesta? No podrías entenderlo, me dijo en un
sueño.
No he podido pensar con
claridad. Recordé esa mañana en que esperaba a Paulina en la casa de los
chicos. Una casa vieja y descuidada que apestaba a orines secos de gato. Un
lugar en donde se cometían los actos más perversos que la juventud, el dinero y
la soledad permiten. Sin saber cómo, me encontré en la habitación de Joseph. La
blancura de las paredes, el aire limpio y el apasionado sol que entraba por la
ventana contrastaban con la mugre y oscuridad que se topaba atravesando la
puerta. Habló de su viaje a Marruecos, de su sentir mientras tomaba café y fumaba
hachís frente a una ventana con vista al Océano Atlántico. El inhalador junto a la cama llamó mi
atención. Asma, y continúo relatando
su viaje… El silencio nos enferma. Existen noches en las que le escribo: quiero verte… y al encontrarlo actúo enloquecida como si una pared estuviese frente a mí. Me mira en silencio. La edad nos llena de pudores absurdos, nos aparta del mundo, a pesar de saber que de amor nadie muere. A mí, me aleja de él. Aunque en la noches le escriba nuevamente: regresa a mí.
Creí ya no habitar esa orbita que une a los predestinados. Por eso me sorprendió soñarlo. En ese otro mundo él me mostraba su vida, sus miedos, sus deseos e imposibilidades. ¿De qué otra manera podría conocerlo si siempre callaba? En la vida real nuestros encuentros eran tímidos, contenidos de ira, de tensión que invade a los amantes imposibilitados; cuerpos rechazándose y siendo atraídos. Como imanes que no encuentran su polo opuesto y se voltean su polaridad para unirse.
Necesito prolongar lo que siento por Joseph, no importa si para ello sea necesario mentirme a mí misma. Comencé una relación con un hombre con los mismos miedos que Joseph, de la misma edad, pero totalmente distinto. El error del patrón radica en su repetición, la mutación es evidente. Día a día trato de hacer todo lo que no hice bien. Lo llevo a los mismo restaurantes, en los mismos días en que iba con Joseph, le digo cosas que no puede entender. Trato de solucionar el caos de tristeza en el que sumergí a Joseph, pero el otro no me entiende. No conoce ese otro mundo en el que Joseph y yo nos encontrábamos. Yo lo invito, le hablo dulce y le hago el amor como nunca lo hice con Joseph. Emiliano, así se llama su clon, sólo me habla de su estrés en el trabajo. Quiero curarlo de todo sus males, pero el diagnóstico le pertenece a un paciente diferente. El amor miente para continuar creando su amor.
¿Cómo regresar a Joseph? El sueño no lo ha indicado.
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