Me escuché decir


Por Viridiana Nárud

Su sonrisa falsa, típica de un hombre que en su infancia utilizó frenos. Sus ojos no reían, si lo observabas con cuidado, no tomaba un sorbo de su bebida en público. Una vez, en casa de mis padres en medio de una fiesta, se quedó en un rincón del balcón toda la noche. Su bebida fresca sudaba, pidiendo ser tomada. Al final, las zarzamoras quedaron deshechas en el fondo del vaso. Tardaría en entender que el silencio no siempre encubre un misterio.

Su aspecto débil llamaba la atención. Mis amigas me pedían que antes de formalizar cualquier relación tocara bajo sus pantalones. Te puedes llevar una gran sorpresa… y no de las buenas… En un principio esos comentarios sólo causan gracias, pero después de seis meses de salir, una vez cada quince días, comenzaba a preguntarme si existía algo entre sus piernas. Me insinuaba cada vez que podía y me preguntaba si era lo suficientemente clara. ¿Lo has besado? Con esos hombres uno siempre debe tomar la iniciativa.
Evitó llevarme a su casa cuando mis insinuaciones dejaron de ser sólo eso. Pensé que si dejaba de buscarlo él ya no tendría la necesidad de hacerme el favor de responder a mis encuentros. Pasaron dos meses. Sonó el teléfono. ¿Has visto el atardecer? Fuimos a comprar un libro de Baudelaire. Nos sentamos en una cafetería vieja y despintada a lado de la librería y comenzamos a leer uno a lado del otro.  Tejerá su tela la araña… se le escapó de boca. Él continuó su lectura en silencio sin darse cuenta de lo que dijo. Las señales que nos muestra la vida no se muestran en letreros o luces neón.

Me llevó a su casa. Sus muebles no eran los mismos. Necesito más espacio. Preparó un vermouth y se sentó junto a mí. Los sentimientos no se hablan. Me acerqué a él. Quedé cerca, tan cerca que pude oler el lóbulo izquierdo de su oreja y los rizos de su cabello, su aliento a menta y vermouth me obligaban a detenerme en ella. Me acomodó en su regazo. Te puedes llevar una gran sorpresa… La voz de mi amiga Irene vino a mi mente. Comencé a reír.   
No estoy acostumbrada hablar de las cosas que siento. ¿Son reales? Esa noche me quedé dormida junto a él. Ninguno de los dos hablamos al despertar. La luz del sol me llenaba de vergüenza. Vi su espalda llena de pecas y me dije que en ellas estaba escrito nuestro destino. Tocaron a la puerta. Descubrió su cuerpo y me sorprendió que de los dos fuese él quien menos pudor sentía. Se puso un pants y abrió la puerta con el torso desnudo. Tomo el paquete de cigarrillos y comenzó a fumarlos en la sala.

No es necesario que te vayas. Encendió otro cigarrillo y con la mano dio tres golpeteos en el sofá para que me sentara junto a él. Vimos series durante la tarde sin decir nada. Llegó la noche y con ella los sentimientos. Nos miramos a los ojos. Los abrazos unen a los amantes, entendí. Antes del amanecer desperté. Tomé mis cosas, abrí la puerta y me fui sin decir nada. Tejerá su tela la araña… me escuché decir.  


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Foto: Alex Majoli

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