La belleza del encuentro
Por Viridiana Nárud
Pareciera
que en la vida existe una constante mágico-circunstancial de la cual, muchas
veces, uno no es consciente. Podría decirse que en estos tiempos en donde la
ciencia y la razón reinan, creer en cualquier tipo de magia resulta de mal
gusto ya que no atiende a la lógica de la razón. Empero, nos encontramos
sumergidos en un sin sentido que nos está volviendo locos al no poder colocar dentro de un orden el caos de lo no visible. Del amor se dice que es un proceso químico que acaba; de
las personas de quien uno se enamora, que son un número que atiende a una circunstancia
de espacio y tiempo, una estadística más. Sin embargo, yo creo que ese
encuentro responde a una ley azarosa en donde el hombre sólo responde a su
destino.
A principios del siglo pasado Paul Elaurd y
André Bretón lanzaron dos preguntas en la revista francesa Minotaure: ¿Puede usted decir cuál ha sido el encuentro capital de su
vida? ¿Hasta qué punto este encuentro le ha dado, le da la impresión de ser
fortuito o necesario? Y como sucede cuando uno se contacta con el
surrealismo estas preguntas comenzaron a tener respuestas. Más
allá del amor, de una persona, ¿qué objeto me une de manera capital a mi vida?
Lo que a continuación
voy a narrar responde a una cadena de casualidades que hasta el momento se
encontraban veladas en mi inconsciente, donde el azar abre el encuentro de una casualidad externa y una finalidad
interna teniendo como objetivo el
encuentro capital. Al salir de casa tomé de mi escritorio un reloj negro
digital y me lo puse. Este objeto no da la hora. Durante años me he negado a
ajustarlo. Dicho reloj perteneció a un amigo de quien fui
testigo de su muerte. El día en que él falleció llevaba un reloj negro, de
manecillas, al cual cambié las pilas una semana antes del suceso. Al regresar
a casa me di cuenta que se detuvo. Cambié la fecha, la hora y, aunque han pasado
dos años de dicho suceso no le he puesto una nueva pila. Mi padre, unos días
antes de la muerte de mi abuelo me regaló un reloj que perteneció a este
último. También sobre mi pared cuelga el único recuerdo de mi infancia que me
conecta a mi antigua casa, un reloj de cuerda que perteneció a mi bisabuela y que descompuse mientras lo limpiaba. Este reloj tiene veinte años sin
funcionar.
En mi cajón
se encuentran relojes detenidos, incapaces de dar la hora y no quiero ponerlos
a marchar porque, ahora que soy consciente, comprendo que temo enfrentar al
tiempo. Mi padre pertenece a un recuerdo de mi infancia conectado a un reloj y
a una casa, mi último hogar en donde descompuse uno. El tiempo es asesino de
los hombres y es el recuerdo su cruel acompañante. Los relojes marcan las horas
de la vida y la muerte. Yo sólo puedo recordarme tratando de arreglar el mío
hasta descomponerlo.
Imagen: Marcel Duchamp. Portada para la revista Minotaure.
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