Piropo vs acoso
Por Viridiana Nárud @viridianaeunice
Durante toda
mi vida, como a muchos nos sucede, ha pasado por mí ese cuestionamiento ontológico
del ser o no ser. Desde muy pequeña tuve que enfrentarme a la idea de no ser lo
suficientemente devota y católica al responder a mi maestra de tercer año de primaria
que preferiría negar a Dios antes de morir por él. Después de la culpa sembrada
en mi pecho, pareciera que esa monja trazó en mí esa necesidad absurda de decir
lo que siento, a pesar de las consecuencias, y que esta verdad me llenara de
culpas. Así que he decidido hablar después de muchos años de silencio y haber
sido acosada en la Escuela de Escritores Mexicanos (SOGEM).
En una
sociedad judeocristiana uno crece con miedo acerca de su propio cuerpo, romper esas
barreras que permitan el goce de tu sexualidad, de tu belleza física significan
muchos años de búsqueda interior que, en ocasiones, en el exterior no suelen
ser bien vistos. Muchos gozan destruyendo la libertad. Estas reflexiones me han llevado a ser ese tipo de ser humano
que se maneja libremente en las fronteras. Siempre me he sentido como una extranjera
en mi propio país, en mi propia escuela, con mi propio idioma… Por lo tanto,
para entender al otro necesito dilucidar muchas ideas que muchas veces no resultan claras. Así que cuando uno crece bajo violencia psicológica y religiosa, hace
del sospechosismo una filosofía. Provocando que la vida
se mueva por terrenos muy poco estables. Por lo tanto, cuando un hombre comienza
con un juego poco claro del lenguaje a tratar de seducirte, no sabes realmente
qué hacer.
En un
inicio, cuando el director de la escuela me habló como a nadie más, me hizo
sentir importante. Después, ante la negativa de pagar un curso extra, el cual
él impartía fuera de la escuela, hicieron de esos juegos de palabras algo más
violento. De una manera extraña que ya no recuerdo el por qué, comencé a tener
miedo de bajar las escaleras para no encontrarme con él. Prefería no salir de salón. Una
noche, mientras algunos compañeros y maestros convivíamos en una taquería de la
ciudad, Mario González Suárez comenzó a insultarme directamente, dijo de forma
muy clara frente a todos: A ti sólo te acepté para rellenar plantilla. A ti no
se te prende el foco. Hizo mancuerna con un compañero al cual nunca le hice
caso. Todos los presentes guardaron silencio. Recuerdo que ante tal humillación
me dieron unas ganas de llorar tremendas. No lo hice. Él, quería verme
humillada, no le daría ese placer. También recuerdo que en esa mesa nadie hizo
nada. Así se comenten los actos de injusticia, frente a testigos mudos.
Hablé con mi
padre en vacaciones de lo ocurrido. Llevó mi caso a directores y con apoyo de Rafael
Villaseñor se dio mi caso a conocer en la SOGEM, la cual era dirigida por
Lorena Salazar. Mi caso, no era el primero. Sólo que a mí me dieron voz dos
hombres, mi padre y Villaseñor. También es cierto que el comité de vigilancia
dejó escapar mi nombre y lo hizo público. Provocando, lo que algunos conocen
como el Sisma de la SOGEM. Compañeros y compañeras me acosaban por los pasillos
y durante clases, NINGÚN MAESTRO HIZO NUNCA NADA a pesar de las amenazas e
insultos directos a mi persona. Lo mejor de aquel suceso es que me apodaron “Juana
de Arco” para no poner mi nombre en las cartas. Apodo, que confieso, me llenó
de orgullo.
Tuve que
darme de baja de la Escuela de Escritores Mexicanos (SOGEM) porque mi estadía
en ese lugar era peligrosa. La directora Lorena Salazar después de asegurarse
de que no demandaría a la institución dejó de recibirme en su oficina. No
olvido el silencio ante la injusticia. No olvido que tenía miedo al salir de
clases y subirme a mi auto mientras mis compañeros, en su mayoría hombres, me
esperaban a la salida para amedrentarme. No olvido, con eso me basta para
invitar a las personas que sufren o han sufrido de acoso que no sientan vergüenza
en narrar sus casos. Que ser acosada es una de las peores situaciones de vida
que le pueden pasar a una mujer. Por eso creo necesario diferenciar “piropo” de
“acoso”, la violencia que ejerce el segundo no tiene nada que ver con el
primero. Recuerdo que una vez, cerca de casa, un escolta detuvo su camioneta y
dijo: Por favor mujer linda, pase. No era un adonis, tampoco era rico, pero en
sus palabras había respeto y admiración por quien ese momento le pareció una
mujer linda. No banalicemos las palabras, que, al hacerlo, perdemos fuerza de
expresión y libertad como humanos. Así que prefiero Ser una mujer sin culpas y denunciar el acoso del cual fui víctima.
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