A mi madre:
Muchas veces
le he reprochado a mi madre su tristeza. Sin entender que en ella habitaban
muchos otros desconsuelos. Tampoco comprendía el amor ciego que profesaba
por quien en un tiempo atrás fuese mi “padrastro”. Como tampoco podía creer el
matrimonio con padre. Hoy lo entendí todo.
Es cierto
cuando dicen que el temor y el amor mueven al mundo. Si mi madre se hubiese
entregado a su naturaleza, nunca, nunca, hubiese dejado que nadie tocara su
cuerpo ni su alma. Creyó que aquel ambiente de miseria humana en el que creció
le pertenecía. No se ha enterado que ella es eso extraordinario que crece
dentro de lo ordinario.
Mi madre permanece inmune al tiempo y la
maldad. Ignora la belleza física de su
rostro y su fortaleza de madre. Me gustaría que hiciera lo mismo que ha
hecho por mí, que se salvara de la tristeza. Que entendiera que merece todo
aquello que sus padres le negaron, amor. Que al entender esto último ya no
tendrá porqué salvarme, porque nos habremos salvado las dos juntas.
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