Soliloquio
Creí que con la edad la nostalgia se retiraba a la esquina de un olvido. Resulta risible, ridículo, pensar que a mi edad se pueda sentir tristeza por lo no sucedido. Sólo que esos sentimientos te toman de manera sorpresiva. A veces en el teatro o mientras una amiga te cuenta las historias con su padre.
Creí que al comenzar los treinta uno sólo acepta la vida cómo es, sin interrogantes, sin necesidad de entender los por qué sin respuesta, sin necesidad de conceptualizar el misterio que siempre lleva al silencio. Pero las emociones no se adaptan ni gobiernan a las décadas de las vida ni a las creencias. En un momento llegan y te hacen detenerte, sentir y es que uno es sólo cuando siente... No estoy tan segura de querer Ser si ese es el pago...
Pocas son las veces que observo las relaciones de padres e hijas. Eso de los abrazos me resulta extraño, ajeno. Luego veo que los padres regalan cosas a sus hijos el día de sus cumpleaños y que dan consejos o que se festeja el día del padre en el mes de mi cumpleaños. Cosas ridículas para gente ridícula.
Mi padre pregunta por qué me alejé, por qué decidí desaparecer de su vida durante doce años… La respuesta ante la sociedad queda injustificada: la familia lo es todo. ¿En verdad?
Me gusta recorrer la vida en soledad, desvanecer el dolor en el silencio y con lecturas interminables. Aprendí que el arte tiene un significado y que dota a quien lo observa de fuerza espiritual. En él tengo todo. No necesito a un padre ni sus abrazos ni su silencio. Yo he sido mi fuerza.
Comentarios
Publicar un comentario