Inicio de monólogo

 A veces uno no exige la máxima soledad, ésta se entrega como larva, cadena o condena. Se instala y ni siquiera lo hace en medio de la multitud, no es como esa cosa que dicen: Uno puede estar solo en medio de la gente, no… Uno esta solo en medio de la soledad, frente a la ausencia de todo ser. A veces un miedo absurdo me da vueltas en la cabeza: Ancestralmente las personas necesitaban de grupos para sobrevivir, lo cierto es que yo no sé estar con esos grupos. Leo a la manada, después a los individuos y me doy cuenta que muchos de estos carecen de individualidad. No me aburren porque los escucho atenta, sin embargo, su actuar, su estar y enfrentarse a la vida me aterra. La gente no dice todo lo que piensa ni hace todo lo que quiere, pero sus acciones hablan más de que quisieran.

No se puede vivir del acontecimiento, de las fotos de Instagram, de los nudes que compartes en whats, no se puede vivir en la ausencia evocando la presencia…  ¿de qué sí se puede vivir? Se dice que de lo real, pero el lenguaje puede evocar dos realidades, la de los hechos y la de los sentimientos. (Pausa breve) Han pasado demasiadas cosas. He aprendido a verme a mí misma sin necesidad de la mirada de los otros.

Juan García Ponce en “Crónicas de la intervención” tiene un personaje femenino que me fascinó. No sólo por la mística de lo erótico, también por ese personaje se dibuja a sí misma ante cada nueva mirada. Nunca era misma, siempre otra, siempre ausente, la mirada de los otros, los secretos con los otros, así como el abandono y entrega de la sexualidad con el otro la creaban, pero sólo por esos instantes. Después, podrían encontrarla frente a frente, reconocerla, pero ella no podría hacerlo con los otros. No quería verlos… Esa soy yo, me dijo alguna vez. Hoy, ya no soy ella.

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