Tarde de café
Por Viridiana Nárud
No debí haber venido. Observo en silencio las arrugas pronunciadas en el contorno de sus ojos, la flacidez de su piel, sus labios han perdido la fuerza provocando que la saliva salga de sus comisuras ocasionalmente la cual limpia con una servilleta. Pienso en las veces que cerraba los ojos mientras cogíamos para no verlo, su mirada siempre me dio un mal presentimiento.
Han pasado siete años de nuestra separación, no sabemos qué
decir. No pretendo ir con él a su casa y tampoco me gusta que me toque la mano
en público. La diferencia de edad es obvia. Fue tu cobardía la que nos
impidió vernos antes, así comienza la charla, ahora eres demasiado grande.
Las palabras no son amables. ¿Qué pasa en tu vida, un nuevo infierno? Pregunto.
Mi mundo colapsa. Mi madre ha muerto.
Recuerdo cómo me decía Mami, mamita, mientras me cogía
y daba una nalgada. No soy de esas mujeres que desarrollan apegos maternos por
un hombre, era incómodo escucharlo mientras lo sentía dentro de mí. Después, un
silencio en donde los abrazos y arrumacos estaban prohibidos. No soy su madre, pensaba. Entre
nosotros la confusión era protagonista, y el silencio su acompañante, era preferible
jugar ese doble comodín. Ninguno de los dos perdíamos o eso creí por un
momento.
Estamos frente a frente. La verdad es que yo tampoco soy la
misma, mis caderas han crecido, tengo dos arrugas, una cana y el carácter se
ha vuelto más agrio. No tengo tiempo para romances del pasado. ¿Pedimos la
cuenta? Aprieta mi mano lleno de impotencia. El cambio es la constante, incluso
si nos aferramos a un recuerdo, este se transforma conforme pasa el tiempo. Ya no somos los mismos, pago la cuenta, me retiro sin verlo, me causa asco cómo
los años lo aplastaron. El día es húmedo, el pavimento se oscurece por la
repentina llovizna que cae, respiro, todos cambiamos.
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