El vagabundo de la calle Lousiana

     Por Viridiana Nárud

¿Qué obliga a un hijo mantener a su padre en situación de calle? Eso es lo que me cuestiono mientras hago mi recorrido de la casa al parque. El hombre sostiene una coca cola de dos litros, viste la misma ropa desde hace una semana –la cambia cada ocho días–y espera a que su hija abra la puerta. La hija, con una tranquilidad extrema, hurga entre su bolsa. Todos sabemos que ese hombre pertenece a esa casa, que vive en la calle y que su hija es quien habita esa casa. Algo que parece no incomodarle a la joven. No existe vergüenza. Ella, con lentitud extrema, abre la puerta, le dice algunas cosas que no puedo escuchar, entra. El hombre atraviesa la calle y se sienta en la banqueta, frente a la casa. El hombre mira durante horas la fachada gris, horriblísima, con ventanas diminutas. Si observas bien sus ojos, te das cuenta que están vacíos.

Más tarde, cuando saco a Magnolia, me encuentro con él en el parque. Se sienta junto a la Virgen y se queda durante todo el día mirando la nada. En las noches, regresa a esa casa que tal vez habitó, toma las cobijas que le dejan fuera de la casa, se dirige a Patriotismo en donde quizá duerma bajo un puente.

Algunas tardes, el hijo menor de este hombre, sale a jugar con él. Juegan futbol y hablan. El hombre le toca su cabeza cariñosamente. Después, el niño vuelve a entrar en la casa. Las familias esconden secretos que dos ventanas no permiten ver. En las colonias siempre existen familias que resaltan por la belleza o lo raro de sus casas, de sus autos, de sus habitantes, otras se mantienen anónimas porque son como otras tantas, sin embargo, esta familia resalta por la miseria y tristeza.



Foto:Abbas

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