Una tarde en el desierto

 Por Viridiana Nárud

El viento atrae a la arena y mi piel arde en carne viva. Me dijo que esperara aquí. Como si el desierto fuera un lugar de encuentro entre dos amantes. Vine con la certeza de no encontrarlo.

Dejó la nota bajo la puerta, a la vista de todos. Tardé varios días en encontrarla. No acostumbro salir. Carezco de empatía. El mundo me parece un absurdo lleno de colores. Mi madre acostumbraba tener canarios enjaulados y cantarles en la mañana. Una vez dejé la rendija de la jaula abierta. Mi madre sufrió cuando encontró el cuerpecito de Aristóteles  sin cabeza. Nuestra pequeña Erdel se la había arrancado.

Como él, aquella nota carecía de cualquier encanto. Fría y puntual. Sé que no vendrá. Vine porque al destino se le enfrenta nomás por que sí, sin sentido, por las meras ganas de vivir o por lo contrario.




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