Silencio como entrada al infierno


Dentro del departamento se escucha música. Invariablemente a la misma hora suena la misma canción. Durante los próximos meses así será. Las palabras pierden peso cuando no pueden ser acompañadas del silencio. La música las vuelve ligeras. Se sienta en el sofá café de la sala. Los oídos piden tregua, le arden. Apaga el sonido y el ruido mental se eleva. En esos casos siempre cree oportuno tener un revolver en casa, pero su amor por la muerte aún no es tan grande. Lo oídos arden al igual que las ideas. Respira. De las paredes de madera cuelgan cuadros que no pertenecieron a su antigua casa. No puede reconocer ese hogar como suyo. La imagen de Cristo abrazado por el Padre la incomoda. Conoce la historia del por qué se representan las imágenes sacras de esa manera. Un sínodo de obispos cristianos eligió cómo sería el imaginario de Dios en los hombres. Despojar a Cristo de su humanidad los salvaba de futuras sublevaciones. Pero dios no tiene forma, tampoco verbo. No entiende cómo es que se expresa. Si acaso en el contorno de las formas. Lo observa.

El tiempo presente no sirve para enunciar el pasado, el lenguaje no vive su tiempo, sin embargo, lo evoca. Ella evita el silencio y con ello las palabras desembocan en ideas. Ha llegado a su mente una. No quisiera haberla tenido. Mira el techo blanco. Esta casa no es su hogar. Esa vida no es su vida. La vida comienza fuera, al atravesar la puerta. Mira un nuevo cuadro, uno viejo, regalo de su padre. Los oídos casi sangran. Toma una pastilla. Pone atención en su dolor. Las habitaciones vacías, el silencio permeándolo todo, las camas, los libreros, el pasillo… Respira. La idea como un virus crece y se incrusta dentro de su cabeza. El cuerpo vibra. Se siente vivo. Las palabras verdaderas rompen la barrera del silencio.



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