Querida hija




Por Viridiana Nárud

Guardo una carta escrita en un mantel de papel, de esos que ponen los servicios rápidos de comida para que no ensucies la charola. Sólo la leí una vez y no quisiera volver a hacerlo. Probablemente comienza con: Querida hija… y miles de erratas y palabras vacías que nunca enuncian la palabra disculpa. Mi cuerpo se mantiene quieto sobre la cama, sólo mis pulmones son capaces de moverse. Miro el techo frío y las manchas que el tiempo ha dejado. Como esa marca de sangre del mosquito que reventé la semana pasada. Son de esas noches que el fluir de los recuerdos me somete. Quisiera recordar lo que significa estar viva.
Detengo mi respiración para sentir los latidos de mi corazón. Uno, dos, tres segundos… ni siquiera puedo escuchar ese boom boom. La noche llena de expectativas, de amantes fugaces y sueños furtivos me envuelve en mi soledad; su aire se cuela por la ventana y comienzo a sentir un ligero frío en los pies. Recuerdo cuando era niña y me creías dormida, te parabas en el umbral de mi puerta y mientras me dabas la bendición susurrabas pórtate bien, algo que no pude hacer porque nunca entendí esa palabra en tu boca.
Uno, dos, tres… recuerdo la velocidad, un auto tratando de estallarse contra un muro, tú manejando... Han sido noches difíciles. ¿Sabes? Se parece a ti, todos se parecen a ti. Terrible, ¿no lo crees? En la calle se escucha el motor de una motocicleta alejarse, los perros ladran. Dicen que el tiempo todo lo cura, pero el tiempo no puede curarse a sí mismo. Estoy cansada de huir.




















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