Era sólo niebla
Por Viridiana Nárud
Era sólo niebla. Los edificios se erguían en esta ciudad gris. Mis pulmones se llenaban del contaminado aroma a mierda, gasolina y perfumes escandalosos a las seis y media de la mañana. Las horcajadas de asco verberaban una y otra vez en mi diafragma. Frente a la gran avenida me detuve. Era el fin.
Semanas antes del colapso, Daniel y yo hablamos. Era lo único que podíamos hacer. Hacíamos conteo de nuestro pasado. Dividíamos culpas esperando que todo lo sentido quedara equitativamente repartido. La abrupta confidencia de su próximo matrimonio fue una fractura que dejaba entrar la angustia, la desesperación y llenaban mi cabeza sin sentido. Al correr buscaba, con cada trote, desprender la pesada bruma mental.
(¿Puede el alma abrirse, quedarse atrás, perdida?)
Tomé el auto. El horizonte se formaba pasando el kilómetro sesenta y cuatro. Las montañas se abrían, el cielo mostraba el vacío, el sol escondido tras él. El auto a cien kilómetros por hora, el aire entraba, el cabello despeinado, la boca entreabierta, los dientes secos, respirar cada instante…
Alejada de todos entraba en ensoñaciones en donde él estaba presente mientras el mundo caía a pedazos. El amor nos salva, pero a mí me extraviaba en una oscura espiral.
La guerra.
Los desaparecidos.
Mi madre muerta.
Un muerto aquí, otro allá.
Somos estadística.
¿Los sentimientos?
-La emoción es el sentimiento expresado en el cuerpo.
Frente a la gran avenida me detuve. Vi caer la luz fuego.
Mientras mi cuerpo ardía y escuchaba los gritos de desesperación de los próximos cadáveres, pensé ti Daniel. Vi arder la Tierra y quise que mi último pensamiento fueras tu. Era el fin.
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