La belleza de lo cotidiano
Por Viridiana Nárud
Mi padre decidió un día que la vida lo superaba. Fue a la
estación del metro y su cuerpo reventó en mil pedazos. Esta fue la
última conversación que tuve con mi amigo Jafar, sus ojos rojos llenos de ira apenas
me miraban. En otro hecho, mi mejor amigo se aventó de las escaleras, su cráneo
reventó y los doctores que pretendían operarlo nos dijeron que no regresaría
jamás Bobadilla. Somos marcianos, artistas, las personas no nos entienden y
está bien, decía mientras tomaba mi mano.
He vivido bajo el drama toda mi vida. He luchado contra la
idea constante del suicidio y todos mis personajes terminan muertos o suicidándose.
Uno abre universos a través de la escritura para representarse a sí mismo ya
sea para vivir o huir de sus propios deseos. He leído libros que te dejan un
vacío profundo en el pecho y te hacen creer en el vacío es real. He construido
una vida en el arte y cada vez que siento que la realidad no embona con los
ideales voy a un museo; leo algo y en esa abstracción de la soledad todo cobra
sentido.
¿En realidad debo vivir inmersa en todo esto para lograr
algún un milagro artístico? La cotidianidad y absurdo también tienen una belleza
y quizá sea ahí donde radica el verdadero arte. La poiesis griega se
refiere al acto de la creación y ésta se encuentra en cada instante de la Naturaleza.
El mundo gira, las galaxias recorren caminos infinitos a un destino desconocido
y en esta Tierra habitamos diminutos seres que edificamos muros de concretos o
rendimos homenaje a las palabras como si eso tuviera sentido. Cada instante
está dotado de una fuerza invisible que sólo logra la existencia; el vacío y la
nada que lo representan destruyen la vida y es que ésta no podría existir sin
su némesis.
La belleza del instante, su latido, fuerza y respiro, inhala
y exhala una fuerza constante que se presenta en la línea entre lo visible e
invisible. Ahí radica el secreto.
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