Noche de estreno

Por Viridiana Nárud 

Cuando hablamos apenas pudo unir las palabras, en medio de nosotros una botella. Miramos el cielo, tomó mi mano y soñamos con ese otro mundo, el de las palabras. Nos vimos aquella noche, acudí a su llamado en medio de la desesperación y el coas del alcohol. Quiso que hablar de mí, de la relación con mi padre, pero ese asunto estaba atrás. No tenía mucho que decir, porque el pasado, por su naturaleza, es imposible de corregir. Estás hablando más de ti que de mí, le dije mientras trataba de explicarme esa canción. Apenas me miró y asentó con la cabeza.

Pertenezco a una estirpe de suicidas. Comienzo a ver cómo mis amigos comienzan a morir más rápido de lo que esperé. Quisiera caminar ciega para tomar con sorpresa y dolor lo que sucede, sin embargo, soy un testigo mudo que mira cómo el destino cobra su factura.

La última vez que hablamos nos miramos el cielo, pude una que otra estrella en la gran ciudad. Hubo suerte que ese día se aplicara el doble no circula. Tomamos nuestras manos en silencio. Recuerdo el azul del cielo, lo tibio de su mano y su cráneo cubriendo su cerebro. No hablaba mucho en su presencia, era necesario que aprender de él el ritmo de las palabras, su sentido y significado. Todo su potencial cayó de las escaleras por la madrugada. 

Al despertar, una llamada: Estamos en el hospital, lo encontré en el piso. Esa noche era de estreno. Tenía que estar ahí, en el teatro, porque el show debe continuar. Pero la vida es más fuerte que la ficción y sus frívolos términos idílicos de sobreexplotación. Fui al hospital. Todos sabemos lo que hizo, no es un accidente.

Los pasillos estrechos, los cuerpos de otros enfermos tras las cortinas. Ahí estaba. Su cabeza hinchada, su cráneo no contenía su cerebro. Después vinieron las risas falsas, el coctel de la muerte, todos vestido de negro, saludándose entre ellos mientras mi amigo estaba pudriéndose en el ataúd. Quise correr a todos, es un deber guardar silencio cuando un cuerpo se despide de este mundo y se desintegra en la soledad de la madera. Me fui.

Ahora recuerdo el cielo azul de la noche, lo tibio de sus manos callosas y su cráneo protegiendo su cerebro. 




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