Sobre el miedo de vivir… en medio de una pandemia
Por Viridiana Nárud
Cuando morimos nuestro cuerpo va a una morgue para después ser
incinerado en un horno de cremación. Nuestras cenizas se depositan en una urna
que muchas veces olvidan nuestros familiares en un rincón de una casa. Nos quedamos
olvidados, encerrados sin cumplir el ciclo.
Encerrados, olvidados sin cumplir el ciclo… nadie nos
enseña a morir, aún sabiendo que venimos a la vida a eso. ¿Por qué tengo miedo?
De niña pensaba que al morir me depositarían bajo tierra y que los gusanos
comerían mi cuerpo, me daba gusto volver a la vida en forma de pasto, mi energía
transmutada en más vida. Sin embargo, hoy tengo miedo de vivir porque no quiero
salir a las calles y encontrarme con la muerte.
Me encuentro fuera del Péndulo de la Roma, los bares
cierran temprano, dos jóvenes que deambulan por la calle de Álvaro Obregón, han
cubierto su rostro de cubrebocas al bajarse de su camioneta, seguro de
enfrentar la vida. Yo me encuentro temerosa de tocar cualquier cosa. Lavo mis
manos continuamente hasta que las manos me arden. El sentido de las conversaciones
se pierden, no entiendo nada de lo que mi acompañante dice y es que en este
encierro el sentido se ha perdido. ¿Cuál es el objetivo de vivir, de vernos y
tomar una copa de vino cuando hay tanto miedo?
La mesera, con cubrebocas, lentes protectores y careta, me habla
de la necesidad de continuar viviendo y trabajando. He tenido miedo de salir
con nuevas personas porque no quiero que nadie me toque, porque no quiero morir,
sin embargo, en esta cuarentena que se ha prolongado por meses, mi cuerpo ha
cambiado, dos arrugas se manifestaron y dos a canas también. El paso del tiempo
se ve reflejado en rostro, en mi cabello… yo que nunca me peino no quiero ni
puedo ocultar mis canas.
La mujer toma un transporte colectivo para llegar a su
empleo, tiene contacto con varias decenas de personas o quizá cientos por el
tiempo de traslado a su trabajo, toca lo vasos con guantes y sus ojos sonríen porque
dejé una propina generosa. Yo tengo un auto para ir a cualquier lugar de la
ciudad, mantengo el contacto mínimo con las personas y me pregunto: ¿por qué el
miedo?
Nos piden que nos retiremos del lugar. Los locales de la Roma cierran sus cortinas, los fierros se escuchan caer uno a uno. Los dos jóvenes que se estacionaron frente a mí regresan con dos chicas hermosísimas, seguramente las conocieron en alguna aplicación. La vida continúa su expresión en medio de la muerte. ¿Por qué tener miedo a vivir? Este virus sólo nos recuerda lo vulnerable que somos. No importa cuánto me cuide, podría caer enferma en cualquier momento y morir. Así que miro la calle oscura, un hombre a la distancia me mira, continúa su camino sin dejar de mirarme. Pienso cómo la pandemia reavivó el deseo de conocer otras personas. Me mira sin perder su camino. La vida se une al deseo de vivir, de sentir frente a la muerte. Hay que vivir con la consciencia de que la muerte es sólo un estado natural. Le digo a mi madre que en caso de morir quisiera que enterraran mis restos en un cementerio, quiero que vayan a verme y platicar conmigo. Quizá sólo quede la oscuridad y la ausencia, ¡qué importa! Al final, la vida se encuentra llena de ausencias.
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