Un triste hombre
Por Viridiana Nárud
Es un miserable, pertenece a esa categoría de hombres que a falta de entretenimiento toma a una víctima y se burla de ella. No tiene voluntad y si lo observas con cuidado es también un impotente. No se atreve a nada más allá de su imaginación.
Todos los viernes nos encontramos en el mismo lugar, lo observo desde esta esquina de este café. Conozco a las mujeres que cita. Si ellas supieran, podrían regresar a esa misma hora una semana después y encontrarse con su nueva sustituta. Jamás ha existido una Ella, todas son sustitutas de una fantasía.
Nuestro encuentro fue un accidente, cosa de la que me arrepentiría muchos años después. Todas las tardes vengo a sentarme a la misma hora en esta misma banca para tomar un café. Abro mi computadora y hago anotaciones de personas que me parecen curiosas. Antes de mi descubrimiento, él no me pareció en lo más mínimo curioso o interesante. Jamás lo hubiese notado sino es porque cada viernes su comportamiento rutinario y repetitivo causó una impresión en mí. Las mujeres variaban, no era una rubia o morena con determinados rasgos que se repitieran en sus víctimas. Podría llegar un belleza noruega, hasta la de limpieza, no hacía distinción alguna, sólo tenían que ser mujeres bobas e inseguras.
Pronto me vi en la necesidad de entenderlo. Llegaba todos los viernes antes de lo previsto para conocer su rutina. Me gustaba que llegara bien vestido y si bien es cierto que no me atrevía acercarme a él, me imaginaba la estela su loción y observaba cómo ese gran performance tenía un gran costo. Llegaba y colocaba las sillas a cierta distancia, a una distancia considerable para que la mujer jamás lo tocara. También noté que jamás tocó a ninguna de ellas ni por accidente. Todos los movimientos estaban fríamente calculados. Si tomabas un cronómetro, cosa que hice, sus movimientos corporales se dirigían a la misma dirección a la misma hora y minuto. Las mujeres terminaban con un sonrisa.
Me hubiese gustado leer los mensaje que escribía después de cada encuentro. Comencé a seguirlo, pensando que tal vez les citaba en su casa o que quizá en cualquier otro lugar las encontraría después. Nada era como lo imaginaba.
Su vida era rutinaria y aburrida. Me detenía frente a su departamento todos los días a todas horas. ¿Quién era ese hombre? Un viernes, decidida a no sé qué, llegué a ese bar minutos a que él llegara. Me senté en su lugar y decidí esperar con una sonrisa. Al verme sentada ahí no descubrió que era misma persona que lo observa abiertamente frente a su edificio. Espero unos minutos y a ver que no me iba se fue. La mujer llegó unos minutos después y esperó por él no menos de una hora. El mesero le regaló un caja de profiteroles para que no sintiera tan evidente la humillación.
La siguiente semana hice lo mismo y él también. La nueva mujer esperó durante horas y el mesero tuvo la misma acción. Pronto, el personal del restaurante se dio cuenta que ese hombre no era más que un embaucador, las citaba y jamás les volvía a contestar el teléfono. Una se puso a llorar y decía cosas así: Pero es que él me vio… sabe lo que he hecho y yo sé lo que ha hecho… ¿Por qué me trata así?
Después de verse descubierto, dejó de asistir para siempre a ese lugar. Yo regresé a su edificio. Sabía que no podía parar, que sólo cambiaría de locación. Llegué minutos antes de que partiera y lo seguí. Misma rutina, mismas burlas, mismos movimientos, diferente mujer. Entendí que era un triste hombre vacío y absurdo y que su vida dependía de ese instante en cual burlaba a las demás. No había en él, estaba vacío.
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