La muerte de Rodrigo N

 Las acciones de los muertos recaen sobre los vivos. Por este motivo un día, sin motivo aparente, Rodrigo N se colgó de las escaleras de su casa. Su madre llegó y vio el cuerpo suspendido de su hijo. En casa se prohibió hablar de ello y tras dar una alta suma de dinero a las autoridades fue que se logró que en su acta de defunción se dijera que había muerto por causa natural.

María no habla mucho desde aquel incidente, se sienta en la cocina con vista a gran jardín verde. Daniel, su esposo, no llega a casa en la noche. Ella sabe que tiene un amante desde hace varios años, ella no dice nada sólo se sienta en la cocina y espera que los días pasen hasta que la vida abandone ese cuerpo.

Cuando Rodrigo vivía acostumbraba a ver a su madre desde el pasillo, miraba la voluta de humo que salía de su boca para desvanecerse en aire. El perfil de María es fino, blanco, su cabello negro comienza a llenarse de canas y hay días en los que se pregunta qué pasó con la fuerza de su juventud. Daniel pretende no saber que María conoce su aventura y que la amargura a marcado su cara. El rostro María es cada vez más grave, su mirada oscura y apenas logra sonreír.

Rodrigo se sentó un día frente a ella:

               Es necesario irme de esta casa.

               Si algún día te atreves a dejar este hogar, juro que caerá sobre ti mi más grande furia.

María se levantó, apagó su cigarro y se sirvió un vaso de wishky. Rodrigo tomó esa noche sus maletas y se mudó con Andrea. María no supo de su partida hasta que la señora que la apoyaba en la limpieza le preguntó por él.

               Regresará, no te preocupes.

Tomó el teléfono, canceló todas las tarjetas y volvió a sentarse frente al jardín. Rodrigo regresó después de unos meses, tramitó una beca para poder acabar sus estudios y pidió a Andrea tiempo.

               Estoy cansado.

Escribió en un mensaje de texto antes de morir. Andrea no creía poder soportar el silencio de Rodrigo.

               Es momento de terminar.

Respondió en un mensaje de texto y bloqueó a Rodrigo de todas las redes. María disfrutaba haber vencido a su hijo. Mientras estaba en el estudio sentado frente a la computadora, María tomó del hombro a Rodrigo y con un gesto fuerte que lo lastimaba, dijo:

               Te quiero.

Rodrigo supo que tenía que salir de casa. Cuando recibió la carta en donde la universidad no aceptaba la beca, tomó la cuerda, se dirigió a la escalera y antes de dar el último paso, se dijo a sí mismo:

               Es el silencio.

El cuerpo suspendía en medio de la casa. María limpió la orina que escurría del cuerpo y pidió tiempo a Daniel. Pronto cumpliría cincuenta años y sin único hijo había quedado suspendido en el tiempo, en esa sala que apenas utilizaba. María agradecía la muerte de Rodrigo.

Estoy cansada.

Le dijo a Daniel el día que llegó sin antes visitar a su amante.

               Sé lo que has hecho. Pero no hablaremos más del tema.

Se levantó de su silla, apagó el eterno cigarro que la acompañaba.

               No quiero que te vayas.

Daniel durmió esa noche junto a ella. Hicieron el amor. Vio el cuerpo de María que había cambiado en lo últimos años, se miró a sí mismo desnudo mientras la penetraba y por primera vez desde que comenzó a engañarla, se dio cuenta de lo viejo que estaba su cuerpo. Los años los convirtieron en dos extraños. Daniel pensó en dejarla, en comenzar una nueva vida, tener un nuevo hijo. Pero las mentiras no se transforman en verdad tan rápidamente, sobre todo cuando están disfrazadas de verdad.

El día del funeral ninguno de los dos lloró frente al cuerpo de Rodrigo. Esperaron a que las cenizas se las entregaran.

               Habrá que remodelar la casa.

La casa cambió, pero María continuaba sentándose en la misma silla en la cocina junto al jardín, tomaba wishky esperando que un día la vida decidiera abandonarla. La sombra de la mirada de Rodrigo continuaba penetrándola todos los días.

               Vete ya, déjame tranquila.

Decía cuando comenzaba a oscurecer. Al cruzar por el estrecho pasillo sentía en frío en su cuerpo.

               Nada cambiará. Vete ya.

Pero esa sensación jamás se iría. Quedaría hasta su muerte, hasta que otra familia habitara esa casa y escuchara a Rodrigo. Pero la casa estaba destinada a ser abandonada. Sin herederos, la casa estaba destinada a caer en la ruina, que el fantasma de Rodrigo callara esperando a que su madre decidiera hablar, dejar a su padre, que fuese capaz de decir algo. Pero el silencio se volvió dueño de la casa y ese fantasma en el que se había convertido Rodrigo, comenzaba a olvidar.

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