Entre la nueve y cinco
Por Viridiana Nárud
Cruzar esta
avenida implica un riesgo de vida. Podría morir atropellada por un auto o un ciclista
que cruzara en sentido contrario. Podría caer al pavimento y sentir lo tibio de
la muerte bajo un sol de verano. Aquí, justo en esta intersección entre la nueve
y la cinco, nos despedimos. No miré atrás, al presente hay que verlo de frente.
Pero los recuerdos pertenecen a ese pasado de lo imaginado.
Una gota de
sudor recorre lentísimamente en medio de mis dos pechos, aprieto la camisa a mi
cuerpo para detener su camino. Mi cuerpo lo extraña, lo sé porque pienso en él
tras esa sensación, es la misma de cuándo abría con su dedo índice el escote de
mi pijama.
Me detengo
en medio de la avenida. Los autos tocan sus bocinas y yo miro el cielo profundo
y azul, mi piel siente el calor del sol y creo que he encontrado una respuesta.
El vacío es el principio de la no existencia. Los autos tocan sus
bocinas cada vez más fuertes, un hombre me toma de los hombros bruscamente y me
lleva al otro lado de la cera.
¿Has
visto el sol? Pregunto.
Todos sabemos que no debe mirase directamente. Manchas anaranjadas en
todas partes. El sol quema y mi piel arde.
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