Imágenes del abismo
Por Viridiana Nárud
Soy una recolectora de recuerdos, de imágenes, de objetos que me unen a la muerte. Quisiera tirar todo, llenarme de cosas nuevas, de personas adorno para desecharlas como un mueble del KREA. Las personas me tienen miedo porque veo en ellos historias, mitos, dioses, puedo ver el destino de los otros sin comprender el mío.
Me despierto
en las noches y los sueños me cuenta una historia, una profecía. He aprendido a
callar mi voz interna a sentir cada vez menos y la amargura me carcome. Ser
como los otros sólo me hace insensible. Suena ambiciosa la idea de vender el
alma a cambio de la inmortalidad, de fama o dinero; lo cierto es que la mayoría
de las personas las vendemos a cambio de no sentirnos incómodos con nosotros
mismos, para mantenernos ciegos.
El ruido de
esa alarma me vuelve loca, quiero hablar conmigo, quiero escucharme. Tiene
tiempo que no sueño. ¿Para qué vivir una vida que no se puede sentir? Jung tuvo
un paciente a quien recomendó se alejara de su madre, que renunciara a su
comodidad. Lo hizo por un tiempo y dejó de ir a terapia. Una noche, Jung, se
despertó. Escuchó un ruido estruendoso fuera del hotel. Sentía un dolor terrible
en la cabeza. Más tarde se enteró que su paciente se suicidó y se dio un balazo
en medio del entrecejo, justo donde Jung sintió el dolor.
Nadie puede
responder al misterio de la empatía, el sentir lo que el otro siente en el cuerpo
no es un mito. He dejado de soñar, las imágenes se acumulan en la memoria y la palabra ha dejado de acompañarlas.
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